15 de abril de 1982, en Malvinas. Padilla, adelante de todos y en cuclillas, en una formación junto a sus compañeros apenas llegados a las Islas.

9.900 metros es la distancia que hay entre Puerto Argentino y Monte Longdon. La rocosa y húmeda formación era para la estrategia británica el último sitio que debían tomar antes de poner contra las cuerdas a las tropas argentinas. Fue un hueso durísimo de roer para las que por entonces se enarbolaban como la tercera fuerza militar del planeta. “No podía creer que adolescentes disfrazados de soldados nos estaban causando tantas bajas”, dijo varios años después el brigadier Julian Howard Thompson, comandante de la 3° Brigada Comando Británico. El poderío armamentístico se topó con la fiereza de los soldados argentinos. Fue uno de los pocos lugares donde se dieron peleas cuerpo a cuerpo entre soldados y, a la postre, se convirtió la batalla más larga.

Fueron casi 10 horas de un descomunal bombardeo de fuerzas enemigas en plena noche y una defensa estoica argentina. El frío que hacía aquel 11 de junio a la noche,  era terrible. Pero no había tiempo para pensar en eso. Era de vida o muerte cada minuto que corrió entre las 21:30 de aquel día y las 9 de la mañana del 12 de junio.

Alfredo Padilla (20 años, sanjuanino, suboficial del Ejército Argentino y miembro del Regimiento de Infantería VII) vio pasar su corta vida en esas ráfagas de balas, bombas y esquirlas. En casa habían quedado sus padres, una novia y los sueños de aquel joven que se crió en la popular Villa Doncel, en Rivadavia. Este Veterano de Guerra de Malvinas fue marcado a fuego por aquella batalla. Llegó a las Islas con sus compañeros del Regimiento de Infantería 7 el 14 de abril de 1982. Todavía no llegaban los británicos en busca de retomar el control del archipiélago. 

1982. A la vuelta de Malvinas, instruyendo a la Clase 1964

Fue llegar y recibir las órdenes. Estaban encomendados a proteger Longdon, un monte donde el viento pega fuerte, la flora es pequeña y el suelo blando producto de una turba esponjosa. Llevar el armamento hasta ese lugar fue una tarea que resultó dificultosa. Fue momento de cavar los ‘pozos de zorro’, una especie de trincheras que por el tipo de suelo solían llenarse de agua y obligaba a hacer otra. Desde el 16 de abril hasta el 12 de junio, Alfredo estuvo allí.

Primero, bien comido y vigía, pero cuando empezó el ataque de los británicos llegó el sufrimiento. El alimento poco llegaba, cuando lo hacía estaba helado y el frío junto con la lluvia quebraba al más valiente. Los borcegos se mojaban, aparecían los tan mentados ‘pie de trinchera’, una enfermedad que obligó a que muchos terminaran con sus extremidades cortadas.

Monte Longdon estaba defendido por la Compañía “B” del Regimiento de Infantería 7, con un dispositivo orientado principalmente al Norte y con una sección cubriendo el oeste. Esta compañía estaba reforzada con una Sección de la Compañía de Ingenieros 10 y con una Sección de Ametralladoras 12,7 mm perteneciente al Batallón de Infantería de Marina 5, totalizando aproximadamente 250 efectivos, detalló hace poco tiempo en una nota del sitio TN el mayor Alfredo Marcelo García Serrano, oficial del RIM 7.

Desde el 1 de mayo hasta el último bombazo de la mañana del 12 de junio de 1982, las noches de Alfredo fueron un martirio. “Yo tenía mi fusil FAL y cada noche debía soportar en mi pozo de zorro o afuera el ‘ablande’ que hacían los ingleses sobre nuestras posiciones”, recuerda Alfredo, todavía con un indisimulable cosquilleo en el cuerpo. Si bien su formación fue militar (Escuela de Suboficiales Sargento Cabral), nadie parece estar preparado del todo para la guerra, “el que me diga que no tiene miedo, miente”, exclama Alfredo cuando se le consulta sobre las sensaciones que vivió en esas tierras.

Joven. Alfredo fue parte del Ejército hasta 1986, cuando solicitó la baja.

Recuerda como si fuera hoy cómo empezó la batalla aquella noche del 11 de junio. “Un cabo inglés pisó una mina que teníamos en la parte de abajo del monte y de ahí en más todas fueros balas, bombas, de todo”, apunta.
En su relato, que se tiñe de una voz que por momentos se quiebra, asegura haber agotado cada munición que tenía encima y que recargó su fusil todas las veces que pudo. La muerte estuvo presente toda la noche. Un poco de suerte, otro de resguardos y mucho de valentía hicieron que Alfredo y otros compañeros hoy la cuenten: “Por el silbido de los proyectiles sabíamos si podían caer más cerca o más lejos, pero al ser de noche poco se veía”, detalla. A medida que los soldados británicos fueron subiendo el escarpado terreno de Monte Longdon, las tropas argentinas fueron replegando, hasta llegar al otro lado de la montaña. “Me quedé sin municiones en un momento y tuvo que ir retrocediendo hasta un lugar seguro”. 

Las tropas británicas prepararon un ataque nocturno siguiendo la doctrina clásica. Sabían cómo estaba organizado el dispositivo argentino, ya que durante los días previos realizaron una buena observación del campo de combate. El apoyo de fuego lo tenían proporcionado por la fragata Avenger y por Regimiento de Artillería Real con tres baterías a seis cañones de 105mm cada una. El ataque sería conducido por el Batallón Nro 3 del Regimiento Paracaidista británico, empleando dos compañías en primera línea, una como reserva y una compañía apoyo con armas pesadas. Sin contar con los apoyos, tenían una relación de fuerzas de tres compañías contra una argentina. La propia compañía apoyo del Batallón 3 estaba dotada de misiles Milán y ametralladoras 7,62 mm reunidas.

En el Ejército. Padilla, el segundo de derecha a izquierda, en una de las habituales formaciones.

García Serrano dijo que “para tomar conciencia de la importancia de este combate, tenemos que considerar que los batallones paracaidistas británicos enviados a las Islas, eran las mejores unidades que tenía el Reino Unido y estaban en capacidad para ser desplegadas a cualquier lugar del mundo en caso de tener que enfrentar, por ese entonces, por ejemplo, a la Unión Soviética. Por lo tanto, tenían un entrenamiento continuo y una disponibilidad de recursos materiales muy superior a las fuerzas argentinas.

Padilla volvió de las Islas y, como todos, por la puerta de atrás, sin reconocimiento y con el juramento que de lo que pasó en Malvinas no debían hablar. Siguió un tiempo más en la Fuerza, hasta que en 1986 pidió la baja. Es que no solo el reconocimiento nunca llegó, sino que los sueldos no alcanzaban para mantener a la familia. Fue ese año cuando Alfredo se comunicó con un familiar en San Juan y le pidió que le hiciera contacto para manejar un colectivo en la vieja empresa ‘La Nueva Sarmiento’. Se subió a una unidad de esa empresa y se bajó de los micros hace unos años cuando se jubiló.

Como a muchos VGM, le costó mucho digerir lo que pasó en 1982. Muchas pesadillas cortaron las noches. Bloqueó el tema como capítulo de conversación. Pero hace “unos 6 o 7 años” –cuenta- que empezó a hablar del tema, se acercó más a la ‘Agrupación 2 de Abril’. Esa reconciliación con la guerra tuvo un capítulo especial cuando en marzo de 2016 regresó con otro grupo de excombatientes a las Islas. “Fue muy movilizante, muchas cosas se vinieron a la cabeza. Fue pisar el suelo que pisé cuando joven y que marcó mi vida”, repasa Alfredo. Cerrar el capítulo de Malvinas es un proceso complejo para cada veterano, pero al menos ver con la mirada que entrega el paso del tiempo a las Islas desde otro lugar.  

2016, momento de volver. Alfredo y un grupo de VGM sanjuanino regresó a Malvinas.

Para saber
Monte Longdon fue recuperado por los ingleses a costo de 23 paracaidistas británicos muertos y 47 heridos, aunque hay fuentes que indican que las fuerzas inglesas tuvieron al menos 50 bajas.  Del lado argentino participaron alrededor de 250 hombres, sólo 90 llegaron a la capital isleña con el repliegue, 31 perdieron la vida y el resto fueron heridos o tomados como prisioneros.