Susana Beatriz Romero tenía 42 años, 5 hermanos y vivía junto a su marido y sus dos hijos, una nena de 13 años y un varón de 9, en la casa que habían logrado construir de a poco, con el paso de los años, y a la que se habían mudado en enero pasado. De profesión docente, en su San Martín natal la conocía gran cantidad de gente y era muy querida por su forma de ser. A pesar de haber luchado contra la diabetes y las consecuencias que le provocaba desde los 12 años, era una persona que emanaba alegría. Las secuelas de esa afección por la que era insulinodependiente la habían alejado de la escuela en los últimos meses e incluso la obligaron a iniciar los trámites para una jubilación repentina y anticipada, pero seguía adelante. Hasta que el coronavirus, que aún sus familiares no se explican dónde se contagió, acabó con su vida.

Natalia, una de sus hermanas, llora al recordarla y asegura que aún no pudo despedirla. De los 6 hermanos, 5 terminaron con la enfermedad que aterra al mundo, y aún no reciben el alta. Esperan terminar todos el aislamiento para acercarse en familia al cementerio de 9 de Julio, donde ahora descansan los restos de Bety, como la llamaban sus conocidos.

"Lo de ella siempre fue una lucha. Estaba contenta porque había conseguido la titularidad como maestra cuando le salió una deformación en el tobillo por lo que debió pedir una suplencia. La operaron, pero no quedó bien y llegaron a la conclusión de que ya no podía volver a trabajar, por eso hace un mes presentó los papeles de la jubilación, que esperaba que saliera en diciembre", cuenta su hermana.

Y continúa: "El miércoles 5 de mayo la operaron de un ojo, la diabetes afectó su visión y le dijeron que si no se operaba podía quedar ciega. Ese día fui a verla a su casita, estaba bien, pero dolorida. El viernes volví a verla, estaba en una reposera y se sentía mejor. Pero el sábado en la noche empezó a tener fiebre, llamó al 107 y la inyectaron. El dolor de cuerpo le apareció al día siguiente. Y el lunes le hicieron el test que dio positivo. Le hicieron una placa de tórax y no salió bien, ya le faltaba el oxígeno. Ese mismo día la internaron en el Marcial Quiroga".

En un principio, Bety estaba consciente, pero sus pulmones y riñones comenzaron a funcionar mal. "Nos pidieron que le lleváramos un teléfono y un camisón, pero cuando mi hermana, la única que no se contagió, fue el día siguiente a llevarle las cosas, le informaron que estaba en Terapia, en coma e intubada", recuerda Natalia.

"El domingo el doctor nos dijo que había presentado una leve mejoría -continúa-, pero seguía complicada y debían hacerle diálisis. Nos dijeron que nos quedáramos tranquilos porque esto llevaba tiempo y que rezáramos mucho por ella. Pero en el siguiente informe médico le informaron al marido que había sufrido un paro cardíaco y había fallecido. Fue todo muy rápido".

Para cerrar, Natalia describe a su hermana con la voz entrecortada: "Bety era una excelente maestra, era una excelente persona, era la segunda madre de mis hijos, le decían ‘mama’. Esto es muy triste".