Castaño Nuevo, la vieja mina de oro calingastina explotada entre 1890 y 1914, tiene una gran semejanza y una profunda diferencia con otros yacimientos y emprendimientos, como Carmen Alto (Calingasta), El Salado (Iglesia) y Hualilán (Ullum). Su rasgo en común es que tuvieron su mayor apogeo en la misma época, la bisagra entre los siglos XIX y XX, a la vez que impulsaron la inversión y el desarrollo de tecnología que muchas veces hizo vanguardia en el continente. Y lo que los separa es el destino: mientras Castaño Nuevo volverá a la actividad de la mano de Troy Resources, las otras tres permanecen como viejas fotos que muestran una época pasada y pisada.
La empresa que hoy lleva adelante la construcción de Casposo, en Calingasta, es la encargada de reflotar Castaño Nuevo. Por ahora, el primer paso para hacerlo es el inventario de los pasivos abientales, los túneles, galerías, escombreras y todo lo que sobrevivió al primer desarrollo de la mina. Luego, lo que sigue es pedir la aprobación ambiental, algo previsto para los próximos días, y allanar así el camino de la búsqueda y extracción de oro en ese lugar. De esta iniciativa CUYO MINERO dio detalle en su edición del 22 de abril pasado.
Pero ese ambiente de entusiasmo por un nuevo proyecto, que es a su vez casi un viaje en el túnel del tiempo, contrasta muy fuertemente con la situación de otros yacimientos y minas que marcaron con acento la misma época productiva de Castaño Nuevo.
Carmen Alto, en las sierras de El Tontal, sigue siendo prácticamente un manojo de escombros que nadie está interesado en recuperar. El Salado, en Iglesia, no es más que un fantasma de casas y restos de máquinas que alguna vez fueron ejemplo en el continente. Y Hualilán, en Ullum, muestra sus esqueletos de adobe, aún con sus chimeneas en pìe, pero despojada hasta de la sombra de lo que fue el ícono de la minería del oro en la provincia, en manos de inversores ingleses.
En las siguientes páginas, una descripción de cada uno de esos tres lugares abandonados. Tanto los datos históricos como las fotos fueron extraidos del libro Oro y Plata en San Juan, de la docente e investigadora sanjuanina Mabel Benavídez de Albar Díaz. Y el derrotero marca con claridad la curva ascendente hacia el cambio del siglo, y la posterior descendente hasta la vuelta a cero.

