Hace 4 años, cuando la única mina grande de la que se hablaba era Veladero, la minería en San Juan era una caja de dudas y mitos. En ese contexto, el 13 de julio de 2006 nació CUYO MINERO, la apuesta editorial que hizo rodar DIARIO DE CUYO para desentrañar la actividad, conocerla y, fundamentalmente, aprender junto a los lectores para llegar a esta edición número 100 con un importante camino recorrido.
Así, este aprendizaje comenzó a complejizarse a pasos agigantados. Se pasó por ejemplo de la distinción de conceptos elementales, como cielo abierto o subterráneo, como metal y no metal, a la comprensión de los marcos legales: cómo se calcula las regalías, cómo se distribuye esos fondos, cómo se construye la búsqueda del equilibrio político para atraer inversiones y a la vez generar ganancias locales que perduren en el tiempo.
Con su puesta en marcha, CUYO MINERO sondeó qué se sabía sobre minería en San Juan. El panorama era preocupante: menos del 10% de la gente sabía que en San Juan existen mucho más de 10 emprendimientos entre metalíferos y no metalíferos; menos porcentaje aún conocía sobre regalías y sobre la naturaleza del cianuro; y, entre los docentes sanjuaninos de primaria y secundaria, 8 de cada 10 reconocían que si algún alumno les preguntaba algo sobre minería, no sabían qué responder.
Se empezó a aprender, justamente, la importancia de aprender. Se generó un plan de capacitación a docentes para reproducir luego los contenidos en las aulas. Los medios de comunicación comenzaron a especializarse, y términos como lixiviación, remediación o impacto ambiental empezaron a hacerse habituales en la agenda de la opinión pública. Empezaron a hacerse recurrentes los reclamos a las empresas mineras para que informaran más sobre la actividad, como única manera de disipar mitologías erradas. De ahí se pasó a discusiones estratégicas: el aumento en las retenciones a las exportaciones mineras, el replanteo de la ley de regalías, el cuidado del agua y, un tema caliente en el debate actual, la preservación de los glaciares.
El mismo desarrollo de la actividad forzó otros aprendizajes. Así, los pequeños productores descubrieron en el cooperativismo la única manera de moverse en el tránsito del mercado. Y los empresarios prestadores de servicios comenzaron a practicar el asociativismo, en formato de cámaras y UTE. De este modo pudieron armarse para competir con las empresas foráneas y ganar espacios frente al desarrollo de Veladero y Gualcamayo, las proyecciones de Casposo y Pachón y la inminencia de Pascua Lama.
Se aprendió del ejemplo peruano: CUYO MINERO llegó hasta la mina de oro Pierina, casi un clon de Veladero, donde existe un trabajo entre la empresa Barrick y las comunidades del valle cordillerano del Huaraz para que la megaindustria no sea una mera invasión de modos extranjeros, sino que los pobladores saquen el máximo provecho a través de la capacitación y la puesta en marcha de emprendimientos productivos de largo plazo, más allá de la minería.
También sirvió el ejemplo chileno: la máxima autoridad minera de ese país le contó a este suplemento, en el imponente edificio de la Embajada Argentina, cómo Chile ponía un pie sobre la producción estatal, encarada a través del gigante cuprífero Codelco (el más importante del mundo), y el otro pie sobre las políticas de atracción de inversiones privadas. Articuladas, ambas ramas siguen haciendo crecer la actividad en una nación que tiene muchísima más historia minera que este lado de la cordillera.
También se aprende fronteras adentro de Argentina. Por ejemplo, las confrontaciones en torno a Bajo de La Alumbrera en Catamarca para que la minería no sea sólo un negocio para afuera; o el resurgimiento de Pirquitas, en Jujuy, o de Sierra Grande, en Río Negro, dos polos que representaron tanto la bonanza metalífera como la debacle industrial de los ’90; o la parábola mendocina, que en pocos años pasó de la Ley Cobos, un cepo histórico a la extracción de metales, a la reactivación minera de mano de Potasio Río Colorado, uno de los emprendimientos más importantes del país.
Se aprendió especialmente que la clave para que el desarrollo sustentable no sea sinónimo de asistencialismo empresarial está en la generación de políticas de Estado, capaces de mirar más allá del espacio entre elección y elección. Que las minas tienen una vida útil, en el mejor de los casos, apenas superior a los 20 años. Y que lo que se gane en fondos públicos debe ser invertido en obras y estímulos de producción, para que el futuro la minería no sea un mal recuerdo, sino la huella del camino para el renacimiento sanjuanino.

