A veces iniciar un camino junto a otra persona puede ser una verdadera batalla contra el sistema tradicional y convencional. Quienes lo atraviesan son los que -a pesar de todo-, toman decisiones y no paran hasta cumplir sus objetivos de vida. Así (y mucho más), es la historia que protagonizan Romina Castro y Emmanuel Bamba, quienes se conocieron hace unos 8 años por Facebook, se enamoraron, se casaron hace 5, y ahora son padres de Benicio. Ambos tenían claro que querían formar una familia, y lo hicieron. Beni (6 meses), llegó tras un tratamiento de fertilización que no resultó ni sencillo ni barato, menos aún para dos trabajadores de la Argentina de estos tiempos. El próximo paso será la adopción.

Cuando se conocieron Emma era Cintia, sólo que con el paso de los años decidió el cambio, siempre acompañado de su pareja que en primera instancia no sabía que podía pasar con la relación teniendo en cuenta que ella se había enamorado de una chica. Esto sin contar los avatares de enfrentar a su familia y la sociedad al momento de confesar su homosexualidad. Pudieron con todo eso y más.

"Desde el principio nos tocó vivir situaciones difíciles. En mi caso, decidí irme de casa por algunos problemas que surgieron. Tuve que dormir tres semanas en el auto porque no tenía para alquilar. En ese momento Romina le contó a su familia que era homosexual y la corrieron de la casa. Por eso decidimos buscar algo muy pequeño para arrendar aunque hacía sólo seis meses que nos conocíamos. En medio de eso, un 14 de febrero le prometí que sí todo funcionaba bien, al cabo de tres años le pediría matrimonio, y así fue. Nos casamos en el año 2017, ya habíamos pensado en tener un hijo, siempre y cuando tuviéramos una casa y lo necesario para estar bien, porque hasta ese momento íbamos de uno a otro alquiler. Para ese entonces yo ya le había planteado que quería hacer cambio de género y ella se replanteó la situación porque creyó que no funcionaría. No esperaba esa reacción. Le expliqué que no cambiarían mis genitales porque no me molestaban ni me molestan, lo que yo quería era mi identidad", relata Emmanuel, empleado del Ministerio de Desarrollo Humano, que logró ingresar en el primer cupo trans acordado.

Para su entonces novia, no era sencillo pensar en esa transformación. Romi pensó "¿para qué tanto lío si ahora voy a estar con un hombre?

Intertanto habían vendido una moto y otras cosas de valor para comprar un lote en el asentamiento David Chávez ubicado desde Calle 9 hasta la 13 en Pocito. Cuando todo parecía encaminarse llegó el desalojo para reubicar a esas personas en un barrio de la zona, menos a ellos. No sólo habían sido engañados en su buena voluntad sino que además no figuraban en el censo realizado para recibir una casa del IPV.

Fueron días de peregrinar por oficinas públicas tratando de no perder lo poco que tenían. "Fue mucho sufrimiento, horas de llanto, muchísimo miedo por la violencia del desalojo. Finalmente nos tuvimos que ir a vivir con una amiga que nos hizo lugar en su casa, y al tiempo tuvimos que irnos. Mientras tanto seguíamos golpeando puertas para que alguien entendiera que habíamos vivido ahí. Después de un año lo logramos, y llegó la casa en el barrio Cruce de los Andes ubicado por calle Mendoza entre 13 y 14", cuenta Romina, trabajadora municipal de Rawson.

El proceso

En realidad hay que hablar de procesos porque ambos debieron pasar por situaciones complejas para cumplir sus sueños. En el caso de Emma cuando decidió su cambio de identidad recibió atención psicológica y médica porque también sería sometido a una vasectomía bilateral. "Sacarme los pechos y cambiar mi identidad, era todo lo que quería. Nada más me molestaba. Recibí ayuda en el consultorio de la Diversidad que funcionaba en el Hospital Rawson", recuerda.

La verdad es que el amor pudo más, a Romina no le costó el cambio, y tampoco a sus familias que por ese entonces ya habían recuperado el vínculo.

"Con los chicos fue lo más sencillo. Emmanuel sentó a todos y les dijo que a partir de ese momento él se llamaría así y dio sus razones. Los niños lo entendieron inmediatamente, tanto que cuando alguien le decía gorda o por su nombre de mujer, ellos decían: él es Emma", cuenta Romina.

Con los padres fueron largas charlas y explicaciones de los motivos por los cuales no aceptaba su identidad como mujer. "Nunca fui egoísta y me puse en sus zapatos, era lógico que a ellos les costará entender. Jamás pensé que era mi decisión y si ellos querían la aceptaban o no, siempre quise que las cosas fueran buenas para ambas partes porque considero que estar peleada con la madre es más dañino que cualquier otra cosa. Necesitaba su apoyo, su comprensión y finalmente la tuve gracias a Dios. Así dejamos de lado las cosas feas que pasamos y reconstruimos nuestro vínculo. Eso fue lo difícil porque el cambio en sí, no me costó nada. Era lo que yo deseaba", relata.

Camino a la maternidad

Romi también debió atravesar lo suyo. Había comenzado un tratamiento de fertilidad, pero tantos problemas con el desalojo y la supervivencia habían hecho estragos en ella y decidió suspenderlo. No hay que olvidar que eso demanda, además de dinero, estar muy bien preparada ya que para ser mamá por inseminación artificial los porcentajes de posibilidades de quedarse embarazada no son muy altos en una primera instancia, y repetir el tratamiento es muy costoso, aunque ellos reconocen y valoren la ayuda incondicional de médicos y profesionales que les allanaron el camino.

Con casa propia, trabajo, reconciliación familiar, se dispuso a retomar el sueño de ser madre.

"Siempre quise ser mamá, pero reconozco que al principio tenía muchos temores. Hablamos sobre las opciones para embarazarme, una era hacer el tratamiento con donante de esperma es decir por inseminación artificial, y otra hacerlo in vitro, pero preferimos la más simple aunque el porcentaje para quedarme embarazada era más bajo. Cuando nos decidimos por la inseminación, comenzamos con el tratamiento en el Sanatorio Argentino. Ahí nos pidieron todos los datos físicos para elegir un donante con características similares a las de Emmanuel, porque mi óvulo sería el fecundado", relata Romina.

Lógicamente que esto demandó mucho dinero que ellos habían juntado para ese fin. Cada peso ganado era guardado para cumplir con su sueño.

Emmanuel nunca cuestionó de quién sería el óvulo a fecundar porque podría haber sido el suyo, pero tenía claro que eso no era ningún obstáculo. "A mi eso no me importaba porque uno es padre cuando da amor y cría a alguien", agrega.

Ambos se confiesan cristianos y como tal agradecen a Dios que todo haya salido bien en la primera instancia, y a su médica, Victoria Carcelero quien les ayudó mucho para que Romina pudiera ser mamá. "Nos hizo mucho el aguante porque todo era muy caro, desde las ampollitas que me debía colocar para estimular mi ovulación hasta los estudios que debía practicarme. Me recomendaba si ese mes era el apropiado para hacerlo o no, según el resultado de los estudios, para no desperdiciar la muestra que habíamos comprado", indica.

Tan bueno fue el tratamiento que Romina quedó embarazada en la primera instancia, y no de un bebé sino de dos, aunque sólo Benicio logró nacer con vida.

"El otro bebé falleció en mi panza a las 28 semanas y estuve dos meses con uno con vida y otro no. Fue muy duro. Sucedió que se gestó una semana después y nos enteramos cuando empecé con pérdida. Ahí se vio en la ecografía que había otro bebé. Ya en ese momento la doctora dijo que no nos hiciéramos ilusiones porque era probable que no llegara a término. Igual nosotros creíamos en un milagro y orábamos para que todo siguiera adelante. Teníamos controles todas las semanas hasta que León -era el nombre que habíamos elegido-, no pudo vivir más. Todos estaban sorprendidos por el tiempo que duró ya que desde un primer momento nos dijeron que no viviría demasiado", agrega.

Benicio nació con casi 3 kilos (2,675), que contra todo pronóstico, y a pesar de haber nacido en la semana 36, no necesitó permanecer en Neonatología. Tenía un peso ideal y estaba en perfectas condiciones.

"Ahora somos muy felices, aunque hay días que nos cuesta porque en un mismo momento recibíamos a un bebé y despedíamos a otro que le había permitido vivir sin generar infección ni nada. Al contrario en las ecografías se los veía con las caritas pegadas. Fue muy duro, y yo en particular no hice el duelo, debía estar bien por Beni".

Las ganas de ser mamá no terminaron ahí. Ambos están dispuestos agrandar la familia mediante la adopción de chicos. Sin duda son dos seres repletos de amor para dar.

 

Por Myriam Pérez
Fotos: Maximiliano Huyema