Las condiciones climáticas que impidieron ayer el contacto de un ingeniero fueguino con el barco Monte Cervantes, hundido frente a la ciudad de Ushuaia desde 1930 y apodado el "Titanic argentino", hacen crecer el mito sobre las historias de frustración que rodean el intento de acercamiento a los restos de la emblemática nave.

Conocido por haberse hundido en dos oportunidades, la original hace 93 años y la otra en 1954 cuando intentaron reflotarlo y el casco se partió en dos, la embarcación pareciera eludir también los intentos de ser filmada y visitada.

En 2000, un equipo de documentalistas alemanes logró captar imágenes del casco de 160 metros de largo, a través de un dron que descendió hasta los 138 metros de profundidad, pero los buzos que pretendían tener el primer contacto humano con la mole de acero tuvieron que desistir por la fuerte marejada y porque uno de ellos se lastimó el oído durante una maniobra.

El de ayer constituye, entonces, un nuevo intento fallido dentro de la serie de proyectos que buscaron acercarse al más renombrado de los naufragios de la zona.

Problemas. Un temporal de mayor intensidad que lo previsto provocó problemas en el manejo remoto de los drones.

El Monte Cervantes era un buque mixto de carga y pasajeros alemán botado el 25 de agosto de 1927 que unía Buenos Aires con Punta Arenas, en Chile, pasando por Puerto Madryn en Chubut.

El 22 de enero de 1930, después de una escala de 15 horas en Ushuaia, entonces habitada por 800 pobladores, zarpó desde la capital fueguina y al poco tiempo chocó contra un bajo fondo en el paso Les Eclaireurs. El impacto generó una abertura que inundó las bodegas y los camarotes bajos, con lo que el barco se inclinó y empezó a hundirse.

El capitán Teodoro Dreyer logró maniobrar hasta unos islotes, bajar los botes salvavidas y proteger a los 1.200 pasajeros y 300 tripulantes. Como en Ushuaia había entonces apenas una pensión con cuatro camas, los náufragos se repartieron en casas de familia y hasta en el histórico presidio que funcionaba en la ciudad, donde los presos decidieron donar la mitad de su ración de comida.

El capitán Dreyer fue la única víctima del suceso, aunque la forma en que murió sigue siendo un misterio: algunos dicen que regresó al barco y tuvo un accidente, mientras que otros sostienen que decidió hundirse con la embarcación, como reza la tradición naviera.

Su cuerpo nunca apareció y su viuda llegó a ofrecer una recompensa por información sobre su esposo. Sin embargo, la otra historia que vincula al Monte Cervantes con Ushuaia es la del único rescate de la embarcación, intentado en 1954 por la empresa Salvamar.

Si bien se logró reflotar el buque, durante su remolque hasta la ciudad el casco se volvió a partir y se hundió de nuevo, aunque esta vez en un sitio más profundo donde nunca más pudo recuperarse. Uno de los barcos que participó de esa maniobra fue el remolcador Saint Christopher que luego varó en la costa de Ushuaia y fue abandonado en el lugar en que se encuentra actualmente, donde con el paso del tiempo se convirtió en una de las postales clásicas del Fin del Mundo.

El próximo intento por llegar hasta el Monte Cervantes en una expedición colectiva fue en 2000, cuando los documentalistas alemanes, si bien no consiguieron bucear hasta el casco, lograron tres horas de filmación que luego se convirtieron en el único documental existente con imágenes del barco hundido.

Pasaron otros 23 años hasta que el grupo encabezado por el ingeniero Carlos Pane y sus alumnos probó de nuevo llegar con drones hasta el lugar donde están las cabinas de la nave, y un temporal de viento y nieve se los impidió. O acaso haya sido el mito más vigente que nunca, de que cualquier acercamiento al naufragio del "Titanic argentino" tendrá siempre que sobrellevar una dosis de dificultad.

> Con mal clima en el Canal de Beagle

Una tormenta de viento, nieve y granizo desatada ayer en el Canal Beagle impidió a expedicionarios llegar hasta los restos del naufragio del Monte Cervantes.

La misión liderada por el ingeniero electrónico Carlos Pane y un equipo conformado por estudiantes universitarios tenía planificado alcanzar con buzos y drones submarinos el lugar donde se encuentran las cabinas y las chimeneas de la embarcación, a unos "30 o 35 metros de profundidad".

El objetivo principal era filmar la "lámpara de navegación" del barco (un artefacto de "las dimensiones de una heladera doméstica") y otros elementos de interés vinculados al naufragio. El proyecto no tiene fin comercial.