La Pandilla del Tío Melchor fue uno de los logros más extraordinarios de la radiofonía argentina.

El nombre suena fuerte en San Juan, no es extraño a nadie, sea porque conocen su trayectoria y la simbología que expresa en esta tierra o porque se tiene de sus padres alguna referencia de este hombre.


Años ha, desde una radio que logró ser considerada una de las privadas más importantes del país, su voz excelentemente timbrada y cálida llenaba el corazón de la más ilustre radiofonía sanjuanina. Tengo grabado el paso cansino de sus últimos años; es lógico, tanto recorrer la vida, pero la misma estampa de galán de aquellos radioteatros de personajes gloriosos, aventureros de historias ilustres que paseaban su hombría en la imaginería que siempre brinda ese pretexto para soñar que es la radio.


Acurrucados en la cama de nuestros padres, ante la ausencia de la televisión (esa caja a veces tan vacía que nos agobia o maltrata), nos cobijábamos en otra cajita menor, pero seguramente de mucho mayor ensueño, la radio. Desde ella compartíamos odiseas y hazañas de héroes de fábula que saldaban nuestra fantasía. Allí estaba Alberto Vallejos, casi siempre el protagonista principal de la radionovela. En las pausas nos anunciaban que la obra se presentaría en todos los rincones de la provincia, donde llenaban salones, clubes, pistas de baile, desbordando un espectáculo criollo, vivaz y sincero que en un pequeño escenario daba vida a lo que desde la radio era ilusión.


Alberto fue el León de Francia, Fachenso el Maldito, el Hijo de la Bruja y, a la vez, el titiritero fantástico que todas las mañanas del domingo manejaba desde el amor las voces prodigiosas de niños que formaron uno de los logros más extraordinarios de la radiofonía argentina: La Pandilla del Tío Melchor. No integramos ese elenco de sueños infantiles. No nos decidimos a hacerlo, no sé por qué. Sí cabe decir que por ese espacio de ruiseñores e ilusiones pasaron muchas de las mejores voces de San Juan.


Alberto Vallejos fue también -hay que decirlo- un ser con una bonhomía especial; y -junto a otros prohombres de la radio- el alma mater del mensaje preciso y la imaginería más bella. Su voz se propalaba en aquellos enormes micrófonos RCA, detrás de esa cajita de las famosas perillas que siempre recordaba el gran Guido Iribarren y como un agitarse de estandartes acarreadores de atardeceres en el viento del cielo sanjuanino. Los lugares, los pueblos, las comarcas son lo que sus personajes le ponen adentro.

Por el Dr. Raúl de La Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.