En cierta ocasión, un docente me preguntó qué les enseñaba a los alumnos. "A subir a la cima", le dije. "Yo también", me respondió con cierto aire de graciosa complicidad. Obviamente ninguno de los dos hablaba de alpinismo, aunque los dos sabíamos que algo de alpinista tenemos los docentes. A los años leyendo un libro me encontré con un lema en latín que me hizo recordar aquella conversación: "Duc in altum", conduce hacia lo alto. Pienso que el lema refleja un imperativo de la educación en general, y la universitaria en particular: ayudar a pensar por sí mismos.


UNA EXPERIENCIA HUMANIZANTE

Aquel breve diálogo con mi colega en realidad hablaba sobre el rol del docente y la importancia de la educación. Para algunos es un trabajo con todo un andamiaje de derechos y deberes incluidos. Para otros, una vocación, con grandes cuotas de entrega y sacrificio. Personalmente pienso que, siendo ambas a la vez, hay un tercer elemento que la trasciende: la docencia es una experiencia profundamente humanizante. 


Efectivamente, educar implica mucho más que un proceso de enseñanza-aprendizaje. Es un proceso humanizador que enriquece tanto a quien aprende como a quien educa. El mejor indicador de ello es la etimología del verbo educar: Ex - ducere que significa conducir desde dentro hacia afuera, sacar lo mejor de sí para lograr identidades sólidas. Como proceso humanizador, educar es liberar y dar sentido a la propia existencia personal y ayudar a que también tenga sentido la existencia de otros. 


INSPIRADOR DE PROCESOS

Vaya una primera aclaración sobre mi posicionamiento pedagógico en este tema. Los alumnos no son un recipiente vacío, ni el docente es una jarra de agua que tiene que volcar su conocimiento. En realidad, no importa tanto que el vaso esté medio vacío o medio lleno, ni cuánta agua tenga la jarra. Lo importante es que el docente incentive al estudiante a que busque más agua. 


Tampoco creo que el docente sea un simple mediador entre el alumno y el conocimiento adquirido. El docente es un gran inspirador de procesos. De allí la ejemplaridad y la actitud esperanzada que se le pide. Nadie inspira a otros, desde el antitestimonio y el desaliento.


Entrar al aula, siempre significó en mi experiencia docente, un viaje a la humanidad profunda, pero con la vista puesta en el horizonte. Más que mero transmisor de conocimientos, creo en un docente que brinda alas para emprender el vuelo hacia la cima. No todos llegan, es cierto, pero todos estamos llamados. En ese proceso el docente guía, pero nunca hará el camino que cada cual debe recorrer. Como bien nos recuerda Madre Teresa de Calcuta en sus memorables versos: "Enseñarás a volar, pero no volarán tu vuelo". 


SUBIENDO LA CIMA

Como docente de materias formativas, he tenido el privilegio de acompañar verdaderos procesos de búsqueda. Seguramente varios de mis alumnos no pudieron encontrar en Dios, las respuestas a las preguntas que siempre inquietaron al espíritu humano. Ni Dios es un supremo dictador ni la fe anula el don de la libertad interior. Por el contrario, no hay acto humano más libre y liberador que el acto de fe. El aula debe ser en ese sentido, un espacio de libertad para crecer en libertad.


No siempre tendremos las contestaciones precisas. Aunque pensándolo bien antes que aportar respuestas, los docentes debemos ayudar a que nuestros alumnos nunca dejen de interrogarse. Es la pregunta la que nos pone en el camino y nos conduce a la cima. Al docente le corresponde ayudar en ese proceso de ascenso. Nunca más oportunas las palabras que leí en aquel libro que trajo a mi memoria el breve diálogo con el colega: "Todos hemos sido llamados a la cumbre más alta y a enfilar mar adentro: Duc in altum. Hemos sido llamados a la cumbre del amor a Dios. Y no hay tarea más noble que la de encaminarnos a esas alturas y ayudar a otros en la ascensión, o a llegar a puerto". (Fernández Carbajal F. (2010) Para llegar a puerto. Ed. Palabra).

Por Miryan Andujar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo