En un ignoto café de la ciudad, escuché de un parroquiano medio trasnochado, esta larga y sentida confesión. Calculé que tendría mis mismos años.

Yo me la creí, hermano, decía. Te juro que me la creí. Siempre pensé que para ganarse la vida había que trabajar. Me comí el verso del Martín Fierro, ése que dice que "debe trabajar el hombre para ganarse su pan…”. De chiquito vi trabajar mis padres, mis tíos, la gente mayor de mi barrio. Todos laburaban. En Cinzano, en El Globo, en "el centro”, en las fincas, o tenían un oficio, o un negocio. Si alguno no laburaba, lo miraban como un bicho raro. El que podía, estudiaba, y el que no tenía que "conchabarse” o irse para tentar suerte en otra provincia.

Teníamos la cabeza entrenada en que no había otra. Después, en mi juventud, conocí algunas ideas que se largaron a rodar y eran cautivantes. "Me parece que nos están explotando, me decían. Date cuenta. Mirá los tuyos, siempre laburando y nunca arriban. Mientras hay otros que se hacen millonarios, y es a costilla nuestra, de los que trabajamos”. Sonaba lindo. Ya vendrían a poner justicia. Vendría alguien a repartir lo que los poderosos te estaban "choriando”.

Y me pareció que tenían razón. Que ese señor que le dió laburo a tus viejos, tus tíos, tus primos, tus vecinos, era un crápula que les estaba chupando la sangre. Llegué a tenerles bronca. Me encandilaron las revoluciones contra el capital, contra los oligarcas, los burgueses. Leí a unos señores que la tenían muy clara y te abrían los ojos. Había que producir la revolución de los de abajo. Desenmascarar a los "que mueven las palancas”.

Corría el tiempo, prosiguió. Crecían los árboles y crecía yo. Poco después, vi de cerca algunas otras cosas. Tuve la ocasión de estar al lado de algunos de esos tipos que explotaban a la gente. Vi como madrugaban, como cuidaban el mango, como se la pasaban pensando en producir más, en bajar los costos, en ser eficientes. Los vi angustiarse cada fin de mes para pagar los salarios. ¡Mamita querida…400 sueldos! Cuatrocientas familias a cargo. Si yo, con una sola, no dormía pensando si me alcanzaría para el fin de mes. Me imaginaba ese pobre tipo.

Y vi que cuando juntaba unos mangos, compraba más camiones, más maquinas, nuevos terrenos y daba más trabajo. Y dale y dale. La familia le preguntaba que cuando iba a parar, a disfrutar lo que tenía. Pero él le daba para adelante. Y pagaba más impuestos, más salarios y al comprar movía otras actividades. Había que tener agallas para eso. Aprendí que el oficio de montar una empresa y arriesgar, salga "pato o gallareta”, no era para cualquiera.

Pero, guarda, esto no quiere decir que aquéllos otros no existieran. Hay de todo. Pero ya no me mareaba. No me pasaría de largo en las curvas. No al cuete los árboles, y yo, estábamos ya medio añosos y uno aprende a discernir, hermano y se te abre el entendimiento.

Porque también revisé, siguió, el caso de los abanderados de la justicia distributiva. Que arengaban desde una tribuna, o desde un libro muy bien escrito, sobre cómo había que distribuir la riqueza. Y noté, muy claramente, que la mayoría de ellos nunca habían agarrado una pala, nunca habían producido un gramo de nada, no sabían lo que era pagar un sueldo o una liquidación de ganancias.

Habían intelectualizado la cosa. Manejaban muy bien el arte de repartir, pero no el de producir. Conocían la mitad del libreto y ya ves, hay una generación de gente que cree que se puede vivir sin trabajar. Acordáte, es una fija que para esta cosecha de uva va a faltar mano de obra. Y ojo, yo creo que hay que ayudar a los que menos tienen, pero si no se le agachan, no lo estás ayudando. Lo estás hundiendo.

Eso también lo ví.

Y ví como se enfermó la sociedad. Ví como se alentó el encono de unos contra otros. De ambos lados. Ví como ésto nos llevó a restar y dividir. Era "un atropello a la razón”, como dijo el gran Discepolín.

Pero, tranquilízate, dijo esperanzador. No todo está perdido.

Hay gente, …hay gente que piensa, que sabe por dónde pasa la historia. Y es mucha esa gente. Mucha la que se quiere trabajar, estudiar, ser solidaria y no embromar a nadie. De respetar y que lo respeten. Que sueña con que venga la revolución de la cordura. Si viejo, una revolución del sentido común. Sabe que alguna vez nos daremos cuenta que somos del mismo equipo y que debemos patear para el mismo arco. Es maravillosa esta gente.

La que esta noche, antes de apagar la vela de este día, va a renovar la apuesta y pondrá otra vez el despertador a las 6,30. Bueno, la corto hermano. Chau.

Pagó y se fue.

(*) Periodista.