A través de la historia se han diseñado y ejercido distintas formas de gobierno. La primera habrá sido la de los más fuertes, el poder de los más musculosos y arriesgados. Una vez que se fueron formando las sociedades con muchos individuos habrán comenzado a aparecer otras características para el liderazgo acompañadas por el desarrollo de la inteligencia y la necesidad de resolver problemas más complejos. No obstante, hasta el día de hoy aun sigue vigente el ejercicio de la violencia en los regímenes totalitarios en los que prevalece la idea de que es uno el que conoce e impone su criterio a los demás con la amenaza de las armas.

El gobierno de los guardianes decía Platón para referirse a lo peor, la toma del poder por la fuerza de aquellos a los que el pueblo designó para cuidarlo. Von Clausewitz, teórico militar alemán del siglo XIX los criticó afirmando: "lo único que uno no debe hacer con las bayonetas es sentarse sobre ellas".

Pero ahí lo tuvimos a Hugo Chávez, a Fidel Castro y lo tenemos a Nicolás Maduro en Venezuela. Otra grave deformación, aunque tentadora, es la de suponer que quien sabe mucho en una materia está habilitado para decidir en todo, eso se llama aristocracia, gobierno de "los mejores" o de las elites.

A veces se suele confundir con el concepto de oligarquía que es el gobierno de los que tienen más dinero, los más ricos. Nada que ver. En los comienzos de nuestra organización nacional se vio de todo, primero la lucha por la fuerza con los caudillos federales y luego el voto calificado que habilitaba solo a los cultos o con formación académica hasta que llegó el sufragio universal por padrón militar con la Ley Sáenz Peña y más adelante el voto por edad y de las mujeres.

Como una especie de burla del tiempo, en estos momentos en el mundo y sobre todo en nuestro país hemos vuelto al gobierno de las elites. Infectólogos que ni siquiera son epidemiólogos ejercen su influencia sobre los gobernantes electos en democracia para decirnos qué, cómo y cuándo hacerlo, en qué número, en qué lugares y de qué forma.

En Argentina, continuando con esta moda, el Presidente acaba de nombrar también a un grupo de expertos por fuera de las instituciones establecidas, Consejo de la Magistratura, Jueces, Suprema Corte, etc. para que diseñen un nuevo sistema judicial, ignorando una vez más al Congreso o sugiriendo su incapacidad para la tarea. Ninguno de nosotros ha tenido ni tendrá posibilidad de votar para elegir a cualquiera de estos "expertos", que en el caso de los más influyentes, los infectólogos, tienen una visión naturalmente reducida por ser la suya una disciplina poco común.

No es que ellos sean culpables. La democracia no es el gobierno de corporaciones como lo pueden ser los sindicatos, uniones empresarias o profesionales sino el ejercicio del poder por todo el pueblo mediante un sistema de representaciones locales, regionales o nacionales que se renuevan periódicamente permitiendo a los ciudadanos juzgar su desempeño. Nuestra Constitución prohibe explícitamente conceder la toma de decisiones a terceros bajo la amenaza del peor delito, la traición a la patria. Uno está tentado de creer que a 37 años de la recuperación del status republicano este tipo de cosa básica ya debiera estar internalizada, pero día a día nos encontramos con Decretos de Necesidad y Urgencia como el del domingo pasado en que un Presidente, profesor de Derecho en la Universidad de Buenos Aires, se extralimita disponiendo reformas implícitas al Código Penal, una de las cuatro prohibiciones que tiene ese instrumento legal, el DNU.

Las otras tres son el régimen electoral, el de los partidos políticos y los impuestos, que en ningún caso ni por razón alguna deben salir del recinto del Congreso. Según ese Decreto, pasa a ser delito una reunión familiar y hasta se imponen penas de prisión a los eventuales violadores a esa "norma" a todas luces inconstitucional. ¿Cuál es la justificación? Un consejo dado por un grupo de infectólogos que parece haber detectado que la proliferación del virus Covid 19 en Ciudad Autónoma y el Gran Buenos Aires se debe principalmente a este tipo de reuniones.

Al día siguiente de esa medida, se verificó un brote entre trabajadores de una línea de trenes que quedó suspendida provocando la aglomeración de pasajeros a la espera de ascender a los colectivos despachados para sustitución. Y resulta que la causa serían las reuniones familiares. Si no fuera triste causaría gracia. Ser experto en una disciplina suele garantizar una deformación profesional en lugar de una visión de conjunto, que es la principal virtud que debe tener el político, lo que en otras épocas supo llamarse "sentido común", ese inconsciente colectivo que a uno le dice más o menos por dónde sería conveniente ir. Nunca fue bueno el resultado de los gobierno de notables, tanto es así que pocas veces se dieron en la historia. La democracia tiene muchos defectos pero tiene la ventaja de que los errores se pueden corregir y se reconoce la falibilidad humana, cosa difícil de admitir por quienes se consideran superhumanos. Muy distinto del gobierno aristocrático es lo que está sucediendo en nuestra provincia con las reuniones del Acuerdo San Juan. Eso se llama democracia participativa, un concepto que está inscripto en el preámbulo de nuestra Constitución del 84. Cientos de ciudadanos convocados por instituciones o inscriptos en buzones populares han acercado sus ideas para buscar lo más pronto posible la salida de una crisis que no estuvo prevista por ninguna plataforma electoral. 490 propuestas que pueden formar una guía de ruta para los gobernantes. Aunque no sea vinculante, esta tormenta de ideas viene a agregar una apertura que evite el encierro en que suelen caer algunas administraciones. Todo lo contrario de las elites, gobiernos de notables o los ahora llamados "influencers" que también los hay en la política. El ejemplo de San Juan no ha tenido, al menos hasta el momento, réplica nacional. A pesar de que el país tendrá más dificultades que nuestra provincia, a los únicos que se consulta es a algunos expertos con panorama muy estrecho que, para colmo, no vienen acertando siquiera en su propia disciplina. Los demás, nosotros, a sufrir las consecuencias.