"El estudio del dinero es, de todos los campos de la economía, el único en que se emplea la complejidad para disfrazar o eludir la verdad, no para revelarla. La mayoría de las cosas de la vida son solo importantes para aquellos que las tienen. En cambio el dinero es tan importante para los que lo tienen como para los que carecen de él". Geniales sentencias de John Kenneth Galbraith, canadiense asesor de John Kennedy y uno de los grandes estudiosos del dinero, este bien que es transversal como ningún otro insumo al funcionamiento de la economía. Actualmente el dinero es lo más parecido a una promesa.

Suponemos que todo habrá comenzado cuando se hizo evidente la división del trabajo, cuando se advirtió que alguien podía producir algo en mejores condiciones y con mayor calidad que otros. ¿Para qué producir todo yo si puedo tener alguien que cubra mejor mis necesidades? Podré dedicarme a lo que mejor hago y venderlo a otro. Habrá habido cazadores por un lado, agricultores por otro y se habrá visto la necesidad de intercambios.

El comercio habrá comenzado con el viejo trueque, y es posible que los problemas hayan aparecido con la generalización del sistema y la necesidad de establecer relaciones estables, lo que hoy conocemos como precios relativos. Pronto los metales -plata, oro- por su inalterabilidad al desgaste por el uso, pasaban a ser muy convenientes. De ellos derivó la palabra "peso", porque las cosas se hacían equivaler a un cierto "peso" real de oro, plata, cobre, etc. La expresión "eureka" (lo descubrí) proviene del matemático griego Arquímedes obligado bajo amenaza por el rey Hierón a demostrar si su corona tenía o no la cantidad de oro certificada por el orfebre.

Dicen que en la era de los templarios, cuando los cruzados medievales pretendieron recuperar el santo sepulcro en manos de los musulmanes, los nobles comenzaron a dejar sus objetos preciosos en manos de terceros y cuando volvían, no se interesaban en la entrega estricta del inventario sino solo en su equivalente. Así habrían nacido los bancos. Uno de los pocos fenómenos estables desde que se comenzó a escribir la historia económica, es que las monedas han tendido siempre a degradarse o ser directamente falsificadas. En la Roma de Aureliano, una moneda de plata ya contenía el 95% de cobre y terminó luego con apenas el 2% de plata. Con el tiempo, el metal mostró sus dificultades de transporte y se empezaron a emitir pagarés, papeles que pasaron a representar una cierta cantidad de oro que el poseedor podría reclamar a su sola presentación en el banco.

Pocos lo hacían y los papeles comenzaron a pasar de mano en mano pero siempre con el supuesto respaldo en metal. En la década de los setenta del siglo pasado ocurrió un cambio drástico en los negocios del mundo. Estados Unidos declaró al abandono del "patrón oro" y, como citó en nuestro país el recordado senador radical Luis León, "el mundo se transformó en un casino con un único fabricante de fichas". La moneda pasó a depender de algo casi poético o moral, la confianza del emisor. Lo único que quedó es un papel de buena calidad con arte de diseño e impresión compleja, para garantir que la capacidad de falsificar quedara exclusivamente en manos de los Estados.

Iniciado el tercer milenio comenzó a desaparecer la expresión palpable y nació la primera de las monedas virtuales, el bitcoin. Una moneda que nadie verá jamás, que no fue acuñada ni impresa, que nadie pasará de mano en mano ni de banco en banco, que solo son bits de información encriptada y que en poco tiempo se ha constituido en la más apreciada del mundo. Dos hermanos que denunciaron por plagio a Mark Zuckerberg, el creador de Facebook, fueron indemnizados por el hiper millonario en 40 millones de dólares.

Gastando su dinero en Ibiza, escucharon hablar del bitcoin e invirtieron en esa aventura 11 millones. Ahora tienen más de mil millones de dólares, que es la valuación de los bitcoins que compraron. ¿Qué está pasando? Podríamos decir que es una muestra de cuánto están falsificando los gobiernos las monedas circulantes más populares. También, que esta moneda es imposible de degradar o falsificar por decisones políticas y por no depender de ninguna autoridad estatal ni bancaria. Está visto que ha sido imposible hackearla. La emisión original no puede alterarse, su cantidad es fija. ¿Será una burbuja financiera más? También podría ser que quisiéramos volver al comienzo de todo, a la honestidad y a la verdad.