No todo lo artificial es siempre negativo. Un juguete evoca una realidad, por ejemplo, un auto, una casa, o un disfraz. Nos ayudan a incentivar la imaginación, la creatividad y adentrarnos en un mundo de fantasía para divertirnos un rato. Pero sabemos?? al menos los adultos, pero no siempre los niños?? que no estamos en el ‘mundo real‘. Esos autitos no pagan seguro y patente, ni las casitas (por más lindas que sean) tienen una carga impositiva.
Pero cuando siendo adultos no sabemos distinguir entre lo real y lo artificial estamos ante un serio problema.
El papa Francisco hace pocos días nos regaló la Carta Apostólica ‘Misericordia et misera‘ (en adelante la citaré como MM) en la cual nos llama a ‘deshacer las quimeras que prometen una felicidad fácil con paraísos artificiales‘ (MM3).
¿A qué se refiere con esta imagen? A la tendencia que tenemos de ilusionarnos con una mentira como si fuera verdad, combinada con la creatividad que algunos tienen para vendernos pompas de jabón como si fueran esferas del cristal más fino.
A diferencia de los juguetes, los paraísos artificiales no generan alegrías verdaderas, y tampoco la felicidad que anhela nuestro corazón. Son engaños que llevan a la frustración y el fracaso, al vacío existencial.
Para deshacer esas vanas ilusiones el Papa nos dice que ‘se necesitan testigos de la esperanza y de la verdadera alegría‘ (MM3). Testigo es quien pudo presenciar un acontecimiento y dar fe del suceso dando elementos creíbles para quienes no estuvieron allí. En este sentido es que estamos llamados los hombres y mujeres de fe a dar testimonio de la esperanza y la alegría.
‘En una cultura frecuentemente dominada por la técnica, se multiplican las formas de tristeza y soledad en las que caen las personas, entre ellas muchos jóvenes.
En efecto, el futuro parece estar en manos de la incertidumbre que impide tener estabilidad. De ahí surgen a menudo sentimientos de melancolía, tristeza y aburrimiento que lentamente pueden conducir a la desesperación.‘ (MM 3).
En este párrafo hay ideas muy profundas que tocan lo hondo del corazón humano. Cuando se vive con incertidumbre acerca del futuro inmediato o el largo plazo, se generan sensaciones de angustia que llevan pronto al escepticismo. Esto puede suceder también a personas que se encuentran en situaciones de buen pasar económico, pero que no tienen un sentido claro de la vida.
Jesús en el Evangelio nos enseña con una Parábola a no poner el centro de la vida en las riquezas:‘ ‘Cuídense de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas. Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba:¿Qué voy a hacer?. Demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa y date buena vida’ ‘. Pero Dios le dijo: ‘Insensato, esta noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?‘.
Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí‘. (Lc. 12, 15-21). La confianza puesta en las riquezas es traicionera. Debemos enfrentarnos con nuestra condición peregrina. No tenemos morada permanente en este mundo.
Nos dice Francisco que ‘el vacío profundo de muchos puede ser colmado por la esperanza que llevamos en el corazón y por la alegría que brota de ella.
Esta semana pude participar en la organización de un espacio de diálogo en el que nos encontramos mujeres, varones, laicos, religiosos, economistas, teólogos y abogados, analizando la economía mundial, las finanzas, y el dinero desde una perspectiva ética y trascendente. Me quedo con una imagen que les comparto: la ética es una autopista que conduce necesariamente a la justicia.
El tiempo del Adviento que recorremos hacia Navidad es un llamado a crecer en esperanza. El 8 de diciembre celebramos la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. En muchos hogares se arma el árbol de Navidad y el pesebre. La alegría que brota de allí no es superficial. Vivamos este gesto con devoción, pidiendo a Dios nos ayude a abrirnos a la esperanza.
