"...línea caliente de los recuerdos donde pisaba una pelota de tientos que veo dorada, y nos tiraba un centro medido al corazón, para que lo cabeceara hasta el más tronco..."

Su señora me habló por teléfono. Dijo que los amigos le iban a regalar un asadito para homenajearlo. Una juntada donde la mayoría era ex jugadores del fútbol local; allí estarían astros de ese deporte, compañeros y adversarios de diferentes clubes, figuras que prestigiaron las canchas sanjuaninas y del país. Agregó la esposa que el mejor regalo que nosotros podríamos hacerle era nuestro canto.


Hablo del Cacho Videla, excelente marcador lateral de aquel Independiente del "corralito", canchita de República del Líbano y España. 


El Cacho tenía de nosotros el recuerdo de dos niños que iban a las canchas donde por entonces él ya comenzaba a retirarse con toda la gloria y nosotros íbamos de la mano de nuestro padre, que había sido presidente del club, en cuyo rol iba a la cancha en humilde bicicleta.


El cordial asadito que tiene la virtud de juntar amigos no era un encuentro cualquiera. Era emotivo llegar hasta aquella casita de la calle Ameghino, pleno Villa del Carril, Valdivia para mejor seña, bastiones de Independiente y encontrarse con el ídolo postrado en una cama para siempre. Había quedado paralítico hace muchos años, en virtud de confusas circunstancias. De ese lecho de una pobre habitación, donde una pared de adobes lucía su foto con la roja, no quiso moverse jamás; extrañamente, ni aceptó silla de ruedas.


El humo y olor del asado hecho por su hija se percibía a varios latidos de la casita. Ya estaban allí sus compañeros y adversarios de las canchas sanjuaninas. Fue conmovedor abrazarlo en su eterno lecho y aspirar en el ambiente el espíritu de lo simple, el ahogo de los sentimientos, emociones intactas que flotaban para siempre; verlo al Cacho con sus virtuosas piernas dormidas; sentir en esas honduras donde seguramente habita el alma, un aguijón que acorrala el pecho y no saber qué decirle, porque había tantas cosas en el corazón y en su historia que era imposible expulsar en una frase. Creo que esa noche cantamos como nunca. El Cacho Videla escuchaba silencioso desde su confinamiento, abrazado a una lágrima.


Las calles de Valdivia improvisaron solemne prudencia para escuchar canciones dedicadas a las victorias del homenajeado; ensoñaciones de la vieja canchita detenida en su lecho, marcando adversarios por las arterias de su lateral izquierdo, línea caliente de los recuerdos donde pisaba una pelota de tientos que veo dorada, y nos tiraba un centro medido al corazón, para que lo cabeceara hasta el más tronco.

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete