"Me clavó sus mismos enormes ojos y me estremecí. Cuando abrí la ventana y lo llamé por su nombre, (El gato) se quedó paralizado mirándome un largo rato...''


Una parejita humilde baja por Laprida. Ella lleva abrazado a un perrito indudablemente callejero, a quien mira con el dulzor de quien porta a un hijo. El animalito está extasiado con ella.


En una calle de Madrid un habitante de la calle, sentado junto a sus escasas pertenencias, acaricia y le habla por lo bajo a un enorme gato de dos colores que tiene en la falda.


En una veterinaria de mi barrio siempre hay gente agolpada en la calle. El profesional atiende gratis a los animalitos callejeros. El amor por los más necesitados le brota a estos seres e inunda de amor los aromas barriales. 


Tuvo Hugo en su casa muchos animales a quienes amó. Generalmente provenían de circunstancias de la calle: accidentes, adopciones por piedad, soledad recolectada. Delia lo mismo, con cierta preferencia hacia los gatos.


Recordaré algo que ya conté y que es propicio para esta nota: jamás podré olvidar el gato que teníamos en la casa del Barrio Santa Teresita, peleador por naturaleza y que, por sus aventuras y tropelías, solía perderse por varios días. Cuando dejamos esa casa, el animalito se había ido tras sus habituales andanzas, entonces no pudimos llevarlo con nosotros en ese momento. Como la casa no se alquilaba, volví durante mucho tiempo a buscarlo y pregunté por él en el vecindario, pero fue inútil. Una tarde de invierno retorné allí; lloviznaba y creo que lo vi en el fondo, juraría que era él; desde la ventana lo miré sin moverme para que no se espantara, porque había pasado tanto tiempo que dudé si me recordaría. Sentí la corazonada de que durante nuestra ausencia habría vuelto a su casa y la habría encontrado vacía, sin sus compañeros. Me clavó sus mismos enormes ojos y me estremecí. Cuando abrí la ventana y lo llamé por su nombre, se quedó paralizado mirándome un largo rato; insistí con mucho cuidado; entonces corrió hacia el techo del vecino. Salí al jardín, subí al techo de mi casa para ubicarlo, pero fue inútil.


Hay cosas que nos determinan a sentir que todo tiempo pasado fue mejor; pero hay una en que la humanidad ha evolucionado maravillosamente: la consideración de las mascotas como integrantes de la familia, sus cuidados como hijos, el amor y el sufrimiento cuando se van. Países como Canadá otorgan a los animales el primer lugar en la protección social; les reconocen dignidad y consideración moral, porque en la sociedad son los seres más desvalidos.


En estos días, ante una situación dolorosa y final con el último que nos quedaba, reflexionaba que nos toca algo muy cruel cuando mueren: esas agonías a nuestro lado que ensombrecen nuestro hogar y nos lastiman hasta la índole y, por último, el tremendo rito de enterrarlos con los mismos brazos que durante años los cuidaron. 


Una parejita humilde baja por Laprida. Ella lleva abrazado a un perrito indudablemente callejero, a quien mira con el dulzor de quien porta a un hijo. El animalito está extasiado con ella. 


Mi homenaje a las dos últimas mascotas que tendré: mis gatos Pipí y Negrito.

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.