En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: "El Reino de los Cielos es como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo al tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió. En seguida, el que había recibido cinco talentos fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. De la misma manera, el que recibió dos ganó otros dos, pero el que recibió uno solo hizo un pozo y enterró el dinero de su señor. Después de un largo tiempo, llegó el señor y arregló las cuentas con sus servidores. El que había recibido los cinco talentos se adelantó y le presentó otros cinco. "Señor -le dijo-, me has confiado cinco talentos: aquí están los otros cinco que he ganado''. "Está bien, servidor bueno y fiel -le dijo su señor-; ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor''. Llegó luego el que había recibido dos talentos y le dijo: "Señor, me has confiado dos talentos: aquí están los otros dos que he ganado''. "Está bien, servidor bueno y fiel, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor''. Llegó luego el que había recibido un solo talento. "Señor -le dijo-, sé que eres un hombre exigente: cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has esparcido. Por eso tuve miedo y fui a enterrar tu talento: ¡aquí tienes lo tuyo!'' Pero el señor le respondió: "Servidor malo y perezoso, si sabías que cosecho donde no he sembrado, y recojo donde no he esparcido, tendrías que haber colocado el dinero en el banco, y así, a mi regreso, lo hubiera recuperado con intereses. Quitadle el talento para dárselo al que tiene diez, porque a quien tiene se le dará y tendrá más, pero al que no tiene se le quitará aún lo que tiene. Echad afuera a las tinieblas, a este servidor inútil: allí habrá llanto y rechinar de dientes'' (Mt 25,14-21).


La parábola de hoy se encuadra en estos últimos domingos del año, antes de la solemnidad de Cristo Rey, donde la liturgia utiliza pasajes evangélicos que nos hablan de las expectativas del fin. "Prever aceite para las lámparas'', respondía la parábola del domingo pasado. "Poner a invertir los talentos que se nos han dado'', afirma la de hoy.  La vida no se debe asumir como una espera pasiva, sino como activa responsabilidad. Aquí no se trata de que el que guardó el talento haya hecho algo en si mismo malo: es que no ha tenido iniciativa para ir más allá de lo debido. Ha quedado satisfecho con lo que le pareció obligado. No basta con atenerse a la legalidad o a lo meramente correcto. El cristianismo no es solamente señales para no desviarse del camino. Es impulso de superación. Dios nos ha dado talentos, pero no para conservarlos de modo estéril. Dios nos quiere santos. Que arriesguemos y luchemos. Dios quiere que crezcamos. Y en realidad ese es el desafío. El Cielo es un don que está fuera del alcance de la actividad de ninguna creatura; pero, precisamente la gracia, talento por excelencia, se nos da para que, mediante ella, y empeñándonos en acrecentarla en obras de santidad, hagamos de la gloria algo nuestro y personal. Como decía San Agustín: "Dios, que te ha creado sin ti, no te salvará sin ti''. Es notable que los santos, frente al don de la gracia, tuvieran un gran sentido de la responsabilidad a que los obligaba la maravilla recibida. "Fray León, fray León, dime: "Francisco, indigna creatura, eres un gran pecador''; "Francisco, eres un gran pecador'', contestaba obedeciendo Fray León. "Fray León, fray León, vuelve a decirme: "Francisco, indigna creatura, eres un gran pecador''. Y volvía a obedecer, casi con lágrimas en los ojos, fray León. Iban camino a Asís, ya en el último año de la vida del "Poverello'', venerado por todos los que le conocían, santos como pocos hubo en la historia de la Iglesia. Y volvía a pedirle: "Fray León, fray León dime que soy un gran pecador''. Al final Fray León no pudo más y, ya sin contener el llanto, poniéndose de rodillas y besando las manos llagadas de Francisco, le suplicó: "Padre mío, padre mío Francisco, ves como toda la gente te busca y escucha tus palabras, se convierte, se cura; ves como los buenos fieles te consideran santo; ves como Dios te ha colmado de Dones y ¡tú me pides a mí que te conozco más que nadie que te diga que eres un pecador!''. Y Francisco concluía: "Justamente, hermano León. Que si el más miserable de los asesino hubiera recibido la mitad de las gracias que yo he recibido sería mil veces mejor que yo''.

Por el Pbro. Dr. José Manuel Fernández