El evangelio de Jn 9, 1-41. Jesús vió a un hombre ciego de nacimiento. Jesús ve el "descarte" de la ciudad, al último de la fila, a un mendigo ciego. Mientras los otros que lo ven, siguen de largo, Jesús no. Se detiene, sin que lo llamen o le rueguen que se detenga. Para él, cada encuentro es una meta. Esto vale también para nosotros.

Desea encontrarnos así como somos y estamos. El teólogo católico alemán Johann Baptist Metz, afirma que "en el evangelio, la primera mirada de Jesús no se posa sobre el pecado, sino siempre sobre el sufrimiento de la persona". Tanto los discípulos que desde hace años caminan con el Maestro, y los fariseos que han juntado las piedras para lapidarlo, todos ellos, lo primero que hacen es buscar las culpas: "Quién ha pecado, él o sus padres?". Buscan pecados para justificar la ceguera del pobre hombre. Jesús no juzga, sino que se acerca. Y sin que el ciego le pida nada, hace barro con la saliva, y lo extiende sobre esos párpados que cubren la oscuridad y la nada. Jesús es el verdadero Dios que se contamina con el hombre, y es también el verdadero hombre que contagia de cielo lo que encuentra. 


"Ve a lavarte a la piscina de Siloé, que significa "Enviado": es la orden del Divino Médico. En realidad, el vocablo hebreo significa mas bien "el Enviante", es decir, "emisión de agua", pero el evangelista san Juan une la etimología al valor secreto mesiánico del relato. San Agustín comenta acertadamente: "Ustedes saben quién es el Enviado: si Cristo no hubiera sido a nosotros "enviado" (en latín "missus"), ninguno de nosotros hubiera sido "perdonado" (en latín "dimissus"), del pecado. Lavó por tanto el ciego sus ojos en aquella piscina que se traduce como Enviado, y fue bautizado en Cristo". 


El mendigo ciego se confía en su bastón y en la palabra de un desconocido. Confía, aún cuando el milagro no ha sucedido, y cuando sólo hay oscuridad a su alrededor. Fue a la piscina siendo ciego y volvió viendo. Ya no se apoya en su bastón, ni está sentado en el piso, ni invocará más piedad, sino que está de pie y camina con el rostro al sol. Finalmente hombre libre, "hijo de la luz y del día" ( 1 Tes 5,5), que vuelve a la claridad para comenzar una existencia de coraje y maravillas. En esta perspectiva, el milagro adquiere una luz particular: no es simplemente la curación de un "desgraciado" que sufre, sino más bien la historia de una conversión e iluminación del espíritu. Como decía San Juan XXIII, "si Dios creó las sombras, es para destacar más la luz". El mismo pontífice, ante un niño ciego que se lamentaba de no poder verle, le dijo: "Todos somos un poco ciegos.

Te miro a tus ojos con mis ojos. He puesto mi corazón cerca de tu corazón". Por segunda vez, Jesús cura en sábado. Por eso es criticado. A los fariseos no les interesa la persona, sino la "casuística" del manual. No les interesa la vida que vuelve a resplandecer en esos ojos del ex ciego, sino la "sana" doctrina. E inician un proceso por herejía. El hombre pasa así, de curado a imputado. Pero Jesús continúa anunciando el rostro del amor del Padre, demostrando que a Dios le interesa ante todo, que el hombre sea liberado, pueda ver y esté encaminado.

Las relaciones de Dios, generan gozo sereno y esperanza activa, que engendran libertad y hacen florecer lo humano. Jesús invierte la religión dividida y herida; une el Dios de la vida y el Dios de la doctrina, y lo hace poniendo en el centro al hombre. San Ireneo de Lyon afirmó que "la gloria de Dios es el hombre viviente". La gloria de Dios es un hombre con luz en los ojos y en el corazón. Los hombres de la vieja religión dicen: "La gloria de Dios es el precepto observado y el pecado expiado". En cambio, la gloria de Dios es un mendigo que se levanta, se pone de pie, y tiene ojos luminosos. Los ojos del ciego no ven sólo los horizontes del mundo, sino que penetran el misterio de Dios. El primer grado del itinerario de fe del ciego es el reconocimiento de Cristo como un "hombre" ("ese hombre que se llama Jesús me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo"). En la piscina de Siloé, que significa "el Enviado", Jesús se presenta como el Enviado, supremo mensajero de Dios, como "aquel que viene de Dios". El ciego ahora lo descubre como un "Profeta". Luego, aquel pobre hombre se postra en adoración a Jesús como "Hijo del hombre", el título mesiánico tan querido por el Maestro, y finalmente como "Kyrios" ("Señor"); es decir, Dios. Podemos, a la luz del evangelio, decir: "Señor Jesús que curaste, al ciego de nacimiento y a Nicodemo también, derrama sobre mis pupilas secas, dos gotas frescas de fe". 


 
(Por un problema de recepción se ofrece hoy la reflexión correspondiente al domingo último.)