A altas horas de la noche, un pelotón militar comandado por el general Julio Alzogaray irrumpió en el despacho de un hombre probo y visionario, el presidente de la Nación, Dr. Arturo Humberto Illia, y le comunicó la decisión del ejército de destituirlo.


Eran tiempos de poca vergüenza y atropello. El país ya había entrado en la espiral ignominiosa de los golpes de estado, desde Yrigoyen a Perón, y la triste historia continuaba. El uso ilegal de la fuerza militar se había arrogado el derecho de sabotear la voluntad popular.

Dr. Arturo Humberto Illia.


El gobierno del Dr. Illia se mostró respetuoso de la institucionalidad democrática y de las libertades civiles, pero no dejó de enfrentar a los poderes concentrados. Sancionó una ley de medicamentos que fue duro golpe a los intereses de los laboratorios y la ley de Salario Mínimo, Vital y Móvil que el empresariado no vio con buenos ojos. Además, anuló los contratos con petroleras extranjeras impulsando la explotación de dicho recurso por el Estado, y procuró modificar el régimen sindical garantizando la representación de las minorías en las direcciones de los gremios, algo que el sindicalismo no le perdonó.


No era poco todo esto para un presidente que había sido elegido por una minoría, porque el peronismo estaba proscripto; pero, al llega al poder, anunció futuras elecciones libres incluyendo al peronismo.


Mariano Grondona y Jacobo Timerman (padre), entre otros, con sus publicaciones favorecieron la idea de que el gobierno de Illia era ineficaz y de que en su lugar era preferible un nuevo régimen político. Que yo sepa, sólo Grondona se arrepintió varias veces, ya de viejo, de su nefasta prédica.


En la madrugada del 28 de junio de 1966, cuando Illia se enteró del operativo golpista, emitió un comunicado que decía: "En mi calidad de comandante en jefe de las FFAA, he dispuesto el relevo del jefe del Ejército, general Pistarini, con el fin de que se defienda el orden constitucional". A los pocos minutos, descaradamente, el jefe del Ejército respondió con otro: "El comunicado de la presidencia carece de valor". Después del intercambio, a las 5.15 se presentaron en la Casa de Gobierno el general Julio Alsogaray y varios secuaces para derrocar al presidente Illia, quien los enfrentó diciéndole a Alzogaray: "Usted es un usurpador que se vale de la fuerza de los cañones y de los soldados de la Constitución".


El militar volvió a invitarlo a salir para evitar "hechos de violencia", pero el Presidente respondió: "¿De qué violencia me habla? La violencia la acaban de desatar ustedes en la república. Yo he predicado en todo el país la paz, he asegurado en todo el país la libertad. Ustedes no tienen nada que ver con el Ejército de San Martín y de Belgrano. El país les recriminará siempre esta usurpación y hasta dudo de que sus propias conciencias puedan explicar lo hecho". Y salió caminando por sus propios medios de la Casa Rosada, acompañado de sus colaboradores; cruzó la calle, y como no disponía de auto oficial ni propio, abandonó el lugar en un taxi que lo llevó a la casa de su hermano en la localidad bonaerense de Martínez. Con los años, la historia le devolvió el lugar que merecía. Con patriotas como este y tantos otros, no todo está perdido.