En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Tengan cuidado y estén prevenidos, porque no saben cuándo llegará el momento. Será como un hombre que se va de viaje, deja su casa al cuidado de sus servidores, asigna a cada uno su tarea, y recomienda al portero que permanezca en vela. Estén prevenidos, entonces, porque no saben cuándo llegará el dueño de casa, si al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o por la mañana. No sea que llegue de improviso y los encuentre dormidos. Y esto que les digo a ustedes, lo digo a todos: ¡Estén prevenidos!" (Mc 13,33-37).


Hoy comenzamos el camino de Adviento, que culminará en la Navidad. Pero si este tiempo fuera simplemente preparación a la Navidad, sería muy poco. La página del evangelio de hoy, en particular, tomado del último discurso de Jesús, es una invitación a la vigilancia y que expresa una espera distinta, siempre actual, y no aún cumplida: cuando venga el Hijo del hombre a juzgar a vivos y muertos; se trata del segundo Adviento. En el contexto en que Marcos ubica esas palabras de Jesús, estas implicaban algo más: un tercer Adviento. Al analizar el texto se pueden percibir ciertos ecos del relato de la Pasión y muerte de Jesús, y no sólo el verbo "vigilar" (que aparecerá en el Getsemaní: Mc 14,34-38): la composición de este texto ha sido pensada "precediendo" (aunque ha sido escrita, obviamente "siguiendo" los acontecimientos de la pasión que Marcos narrará enseguida a partir del cap. 14. 


El Hijo del hombre ha venido, cuando menos se esperaba verlo, escondido en el rostro desfigurado. A nosotros nos corresponde el deber de no replicar la experiencia de quien no se ha dado cuenta o acordado de su paso, y de no dejar escapar el kairos (Mc 13,33), el momento oportuno, aquel en el que el Adviento no se refiere sólo al retorno suyo, sino que se refiere a la venida de Jesús cada día. De aquí se deduce pues que hay que vivir la actualidad del presente con un compromiso humilde y confiado, a la vez que con una vigilancia atenta.


Son dos las palabras que brotan desde el corazón en este tiempo particularmente complejo: esperanza y proximidad. Los tiempos de Adviento y Navidad marcan el inicio de un nuevo año litúrgico. ¿Cómo terminará? ¿Qué esperamos? Mientras nuestras palabras están marcadas por la duda y la incerteza, la Palabra de Dios en este tiempo anuncia y celebra la esperanza: el Padre, en el misterio de la Encarnación del Hijo, se revela como un rostro compasivo del Amor y fiel a su promesa, se hace próximo a la humanidad herida, cansada y sufriente. La historia nos puso frente a una prueba comprometedora de una emergencia sanitaria que afectó a todos, directa o indirectamente, como fue la pandemia. El corazón estuvo estrujado por el miedo, y las relaciones permanecieron suspendidas o sospechosas como muchas de las actividades. Si estamos inmersos en esta situación inédita, no queremos cerrarnos a lo inédito de Dios. Francisco en Fratelli tutti, 54 ha escrito: "A pesar de estas sombras densas que no conviene ignorar, quiero hacerme eco de tantos caminos de esperanza. Porque Dios sigue derramando en la humanidad semillas de bien. La reciente pandemia nos permitió rescatar y valorizar a tantos compañeros y compañeras de viaje que, en el miedo, reaccionaron donando la propia vida. Fuimos capaces de reconocer cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes que, sin lugar a dudas, escribieron los acontecimientos decisivos de nuestra historia compartida: médicos, enfermeros y enfermeras, farmacéuticos, empleados de los supermercados, personal de limpieza, cuidadores, transportistas, hombres y mujeres que trabajan para proporcionar servicios esenciales y seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas... comprendieron que nadie se salva solo...(n.55): "la esperanza, que "nos habla de una realidad que está enraizada en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en que vive. Nos habla de una sed, de una aspiración, de un anhelo de plenitud".


La esperanza cristiana nos invita a mirar la historia no en modo fatalista, porque sus raíces están en el corazón mismo de Dios. Queremos "obstinadamente esperar" y mirar el futuro sabiendo que nuestra vida pertenece a Dios. Él no nos da un "suplemento" de vida sino una nueva Vida. Recordemos lo de M. Luther King: "La esperanza hace que agite el náufrago sus brazos en medio de las aguas, aun cuando no vea tierra por ningún lado".

Por el Pbro. Dr. José Manuel Fernández