Los seres humanos nos regimos por sentimientos. De lo que sentimos pasamos a lo que pensamos, de allí a lo que decimos y, finalmente, a lo que hacemos. Por eso es importante conocerlos. De la multiplicidad de sentimientos me detendré hoy en los humanitarios, que no son otra cosa que diferentes formas del amor al otro. 


Cuando hablamos del prójimo está claro que el amor que siento hacia mi familia no puede ser el mismo que a los 7.000 millones de personas que habitan el planeta. Pero también se ama cuando se mejora la calidad de vida de muchos carencientes realizando acciones solidarias.


Con relación a nuestro prójimo, hace 2.500 años Confucio dijo: "No le hagas a otro lo que no quisieras que te hagan a ti, ni te hagas a ti lo mismo que no le harías a otro". Dicho brevemente diría "cuida a tu prójimo como a ti mismo". Y en cada acción que hacemos, si hago lo posible por ayudar a otro ese pensamiento puede estar presente.


Destaco que no uso la palabra "deseo" sino que "hago lo posible". En el primer caso es un simple pensamiento que podría quedar en nada. En el segundo me comprometo y entro, consciente o inconscientemente, al mundo del voluntariado. En forma individual o dentro de una institución me obligo a mí mismo a ayudar a quienes tienen necesidades materiales o espirituales. 


Tenemos aquí dos protagonistas: la persona o institución solidaria y el individuo, grupo o comunidad que son beneficiarios de esa solidaridad. ¿Qué sienten ambas partes en ese proceso? Los sentimientos que se generan en quienes ayudamos desinteresadamente consisten en una inmensa satisfacción personal, el orgullo de hacer el bien y el premio de sentir que estamos dejando una herencia espiritual para nuestros hijos, nietos, amigos. 


¿Y qué siente el que recibe nuestra ayuda? Se dan diversas situaciones. Muchasveces hay reconocimientos y agradecimientos explícitos. Hay también a veces resultados sorprendentes, como en la encuesta citada por el economista argentino Bernardo Kliksberg: "Una investigación en gran escala del Banco Mundial (2000), encuestó a 60.000 pobres de 60 países, sobre sus percepciones respecto a la pobreza. Entre varios reclamos los pobres destacaron especialmente la humillación continua. Percibían que eran vistos por quienes tomaban contacto con ellos como personas inferiores, de una categoría menor, por ser pobres.


¡Qué paradoja! ¿Ayudamos y al mismo tiempo humillamos? Viene al caso una anécdota del Arzobispo Bergoglio (hoy Papa Francisco) en un diálogo con el Rabino Skorka: "A veces pregunto al que se confiesa si da limosna a los mendigos. Cuando me dicen que sí, sigo preguntando: ¿Y mira a los ojos al que le da limosna, le toca la mano? "Y ahí empiezan a enredarse, porque muchos le tiran la moneda y voltean la cabeza". 


Lo importante es preguntarse si lo que estamos haciendo es una satisfacción permanente a la carencia o un simple paliativo, aunque este último, aunque no sea una solución integral, tiene también un valor digno de ser reconocido. 


En función, entonces, de esas características, es necesario evaluar las distintas maneras de ayudar y a partir de allí elegir la que consideremos más conveniente.


Arq. David Schabelman, Gobernador del Distrito 4860 Período 2002-2003 de Rotary Internacional.