Para el rumano Virgil Gheorghiu, autor del libro del hombre sin esperanza, "La Hora Veinticinco" (1949), existen ciertos momentos en la historia universal en los que no existe más morada que la desesperación. Ambientado en los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, con el comunismo y el nacismo como telón de fondo, su libro constituye la crónica de la desesperanza. Precisamente, el título del libro hace referencia a ese momento de abandono y desaliento. En la misma obra aparece la explicación: La hora 25 es "el momento en que toda tentativa de salvación se hace inútil. Ni siquiera la venida de un Mesías resolvería nada. No es la última hora, sino una hora después".


Influenciados por este pensamiento desesperanzado, hay quienes consideran que la pandemia, ocasionada por el Covid-19, representa para la Humanidad su propia hora veinticinco.

  • Miradas apocalípticas

En nuestro país no faltan voces y miradas apocalípticas frente a la compleja situación sanitaria y social ocasionada por la pandemia. El escenario actual que plantea un posible colapso del sistema sanitario, escasez de vacunas, increíbles desatinos en la implementación del programa nacional de vacunación, falta de credibilidad de una sociedad que muestra signos de hartazgo a nuevas restricciones, emergen como caldo de cultivo para estas miradas. Inscriptos en lúgubres pensamientos pesimistas, hay quienes, veladamente aún, sostienen que la Argentina se presta a vivir su propia hora veinticinco. Una hora que, en la interpretación del rumano Gheorghiu, sería una hora demasiado tarde. 


Sólo que Gheorghiu no supo consultar su reloj, ya que admitiendo que este marcara la hora veinticinco, aún habría de sonar entonces la hora de la esperanza, la hora de Dios. Como allá en el Gólgota, cuando todo, pero en una medida infinitamente mayor, parecía irremediablemente perdido. 


Tampoco Gheorghiu supo consultar a la naturaleza humana. Efectivamente, la constitución ontológica del ser humano lo proyecta constantemente hacia el futuro. Una persona anclada en el presente, observadora del lema epicúreo del carpe diem (aprovecha el día, sin pensar en el futuro), termina siendo un irresponsable. Pero instalarse en el pasado, propio de personas que tienen miedo al presente, impide la posibilidad de disfrutar y construir un futuro mejor. 


No existe otra alternativa, nuestra naturaleza humana sólo puede ser entendida en su apertura al futuro y esto conlleva una actitud esencialmente esperanzadora. Con mucha razón se dice que la Esperanza es la capacidad de construir un futuro mejor. En ese sentido, la Esperanza, además de ser una virtud, es un arte: el arte de escribir el futuro.

  • Empezar a trazar el futuro

Desde esta concepción antropológica, no hay lugar para miradas fatalistas. La Hora 25 no es la última hora. Es la Hora en la que empezamos a trazar el futuro.


La solidaridad, fruto de la dimensión social de la persona, nos debe empujar a una resistencia declarada frente a miradas desesperanzadas que paralizan. Quien espera no desespera y construye puentes entre el futuro que anhela y el presente que lo agobia. 


Todos somos conscientes de que no es tarea fácil. Para la persona vivir en convivir y realiza su proyecto existencial junto a otros. Desde ese lugar se entiende que las medidas sanitarias que limitan la circulación, las reuniones y la vida social, sean de difícil cumplimiento. Pero como enseña Santo Tomás (Compendio de Teología; Madrid Ed. Rialp. pág.349) para que la esperanza no quede en meros voluntarismos debe cumplir ciertas condiciones: que lo esperado se pueda conseguir, y que aquello que se espera sea difícil de obtener. Como en un círculo virtuoso, la esperanza confía en el futuro. Porque que el futuro es un llamador de sueños, mientras que el presente suele ser un lastre a remontar.


Si miramos bien el reloj, de eso se trata la Hora 25.

Solidaridad y compromiso

Frente al complejo panorama de la pandemia que nos toca vivir en esta Argentina doliente, no queda entonces otra opción posible: mirar hacia adelante y comprometernos. Cada uno desde su lugar está llamado a asumir personal y colectivamente actitudes colaborativas y solidarias. No es momento de individualismos exacerbados, ni actitudes irresponsables que profundicen grietas y divisiones, y mucho menos que alienten la desobediencia civil. 

Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo