– martes 13-11-12

En el V Encuentro Mundial de las Familias que tuvo lugar en Valencia, España, en julio de 2006, el Papa Benedicto XVI recordaba que "transmitir la fe a los hijos, con la ayuda de otras personas e instituciones como la parroquia, la escuela o las asociaciones católicas, es una responsabilidad que los padres no pueden olvidar, descuidar o delegar totalmente”. El Papa añadía, de un modo muy hermoso y comprometedor, que "la criatura concebida ha de ser educada en la fe, amada y protegida. Los hijos, con el fundamental derecho a nacer y ser educados en la fe, tienen derecho a un hogar que tenga como modelo el de Nazaret y sean preservados de toda clase de insidias y amenazas”.

Por eso, que bueno sería que en este Año de la Fe que recientemente ha comenzado, los padres nos animáramos a cultivar la fe de nuestros hijos. En efecto, cada familia cristiana es una "comunidad de vida y de amor” (Juan Pablo II, "Familiaris Consortio” n. 17) una "iglesia doméstica” que reza, que busca vivir según el Evangelio, que ama y adora a Dios.

Entre los muchos caminos que existen para cultivar la fe en familia, deseo proponer ahora a los lectores estos tres que son habituales en mi propia familia: la oración en familia, el estudio de la doctrina católica, y la vida según las enseñanzas de Cristo.

En primer lugar quiero detenerme en la oración: para cualquier bautizado es algo imprescindible. Son los padres quienes enseñan sus primeras oraciones a los hijos. Aprender a rezar toca a los hijos, desde pequeños y en la medida que crecen. El día inicia con las oraciones de la mañana, y el clima de oración se prolonga a lo largo de la jornada. Para ello, nada mejor que las "jaculatorias” o pequeñas oraciones espontáneas que dan un toque religioso al día. "Jesús en vos confío”, "Gracias, Señor, por esto y por aquello”. "Jesús, manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo”, "Creo, Señor, pero aumenta mi fe”, etc.

La hora de comer permite un momento de gratitud y de unión en la familia. ¡Qué hermoso es ver que todos, junto a la mesa, dan gracias a Dios por el "pan nuestro de cada día”! Y cuando llega la noche, la familia busca un momento para dar gracias por el día transcurrido, para pedir perdón por las posibles faltas, para suplicar la ayuda que necesitan los de casa y los de fuera, los cercanos y los lejanos, mediante el rezo del Santo Rosario. Con la ayuda de imágenes de devoción se construye el infaltable "altar de la familia”, donde todos se reúnen para rezar juntos. Un crucifijo y una imagen de la Virgen elevan los corazones a la oración y a la confianza en un Dios que está muy presente en la historia de la familia. Las intenciones surgen de modo espontáneo, según las necesidades de cada día. La familia reza por los estudios de los hijos, por el trabajo de papá o mamá, por la salud de algún enfermo, por el eterno descanso del pariente fallecido, etc. La oración constante ha permitido a la familia, chicos y grandes, descubrir que la jornada tiene sentido "por Cristo, con Él y en Él”. Todo ello prepara a vivir a fondo los momentos más importantes para todo católico: los Sacramentos. Si la Eucaristía es el centro de la vida cristiana, también debe serlo en el hogar. Concurrir juntos, como familia, a la Santa Misa del domingo, permite descubrir la importancia de participar de la mesa de la Palabra y de la mesa de la Eucaristía. También, un sacramento que merece ser vivido por todos los miembros de la familia es el de la Confesión. ¡Qué importante es que los niños vean a sus padres pedir perdón, de rodillas, en un confesionario! Esto permitirá enseñarles lo que es el pecado, lo grande que es la misericordia divina, y cómo necesitamos confesemos con frecuencia.

Sabemos que "la familia que reza unida, permanece unida”, porque Dios la bendice abundantemente; es un Padre amoroso que no se deja ganar en generosidad. Crezcamos, pues, en este Año de la Fe, en la oración junto a la Sagrada Familia, fieles a nuestra misión de transmitir la fe a nuestros hijos.

(*) Docente de Educación Sexual.