Alguien dijo en broma esta semana: "No sería mala idea hacerles controles a los policías como hacen en el fútbol, de sorpresa". Los argentinos tendemos a las generalizaciones, es casi una anormalidad aceptada. Todos los médicos hacen esperar a sus pacientes. Todos los curas son pedófilos. Todos los periodistas son corruptos; y con lo que pasó esta semana, ahora diremos "todos los policías se emborrachan". Al contrario de la ley que nos rige, desde la opinión pública tendemos a aplicar el peor castigo, no el más benigno. Y los policías, gracias a cuatro o cinco de ellos, han terminado como víctimas de esa naturalidad más argenta que humana. Es peligrosa esa costumbre, porque mientras les reclamamos planificación y políticas públicas de largo plazo a quienes nos conducen, nosotros mismos exigimos cambios cuando nos sacuden cuatro o cinco que no se apegan a las reglas. Es decir, si tenemos en cuenta que hay 5.000 a 6.000 policías y penitenciarios en toda la provincia, no podemos pedir que se modifique el sistema por menos del 0,1 por ciento del total personas que integran la fuerza de seguridad sanjuanina. Pero lo hacemos. En este mismo sentido, algo similar ha venido ocurriendo con la Justicia, aunque en ese caso cuesta más defender al conjunto, porque lamentablemente han sido muchos más los malos ejemplos, en un universo bastante más chico que el de la Policía.

La Justicia sanjuanina viene mal, todos los sabemos. Pero en los últimos quince días hubo dos casos que llamaron la atención mucho más que otros: la Policía Federal detuvo a Marcelo Javier "el Gordo" Díaz, un peligroso delincuente que tenía en su poder drogas (dos kilos de cocaína y marihuana), dinero (unos $50 mil), armas (un revólver, una pistola y dos rifles) y vehículos de alta gama (dos BMW, dos Falcón, un cuatriciclo Yamaha YZF Raptor y una camioneta Dodge Journey). Díaz tiene, al menos, siete salidas bajo caución juratoria desde el 2013 a la fecha: el 7 de mayo de 2013 el titular del primer Juzgado de Instrucción de ese momento lo liberó bajo la promesa de volver a presentarse, luego de estar sospechado de encubrimiento agravado (tres hechos), falsificación y adulteración de documento público (dos hechos) y supresión de numeración registral. Y la última de esas siete el 23 de junio de este año, cuando el juez Guillermo Adárvez del tercero de Instrucción lo dejó en libertad bajo caución juratoria luego de haber sido detenido por un delito contra la seguridad pública. La libertad bajo caución juratoria la otorgan cuando el acusado promete volver a presentarse si es requerido por la Justicia. Nada más. Es decir, un tipo al que la Policía acusa de "muy peligroso", al que le secuestran vehículos valuados en más de un millón de pesos y droga en cantidad suficiente como para ser considerado un vendedor de los grandes, ¿puede quedar libre sólo prometiendo volver? La lógica indica que no, pero ocurre, y con mayor frecuencia de lo que el común de la gente se imagina.


Otro caso: el domingo pasado por la mañana la Policía detuvo a Javier "Cebolla" Ramírez después de que fuera sorprendido robando un maletín con dinero de un vehículo que se encontraba en la playa de estacionamiento de un reconocido supermercado de Rivadavia. Ramírez no es un desconocido para la Policía: según su prontuario en 2002 cayó dos veces, una por robo calificado y otra por atentado, resistencia a la autoridad y lesiones. De 2005 a 2009, fue detenido cinco veces más por robo, hurto y lesiones a su expareja. Entre 2012 y 2018 contabilizó ocho robos (uno de ellos agravado), un hurto, un encubrimiento y finalmente en junio de este año fue condenado por Flagrancia, luego del robo en el supermercado. Evidentemente los policías lo conocen bastante, pero para los jueces debe ser un perfecto NN. Muchos se molestaron con la frase "jueces saca presos", pero cuesta llamarlos de otra forma, porque al no hacer su trabajo como en los casos que se describen, terminan colocándose el mote por sí solos. Si pensamos bien, casi de manera ingenua, tenemos que decir que algunos jueces -no todos- hacen mal su trabajo y terminan perjudicando el trabajo policíaco. Si pensamos mal podríamos hasta sospechar cierta connivencia con los delincuentes. Y si pensáramos pésimo, deberíamos decir que hay jueces - de nuevo, no todos- que son vagos o estúpidos. O ambas cosas.


Volviendo al caso de los policías, generalizar está mal, pero no hacer nada también está pésimo. Si bien esto no debe empañar la limpieza que el ministro de Gobierno, Emilio Baistrocchi, encaró en las fuerzas de seguridad, también es cierto que algo puede estar pasando en la formación de los nuevos uniformados. En la mayor intimidad del Gobierno no están nada conformes con la formación de la Católica y algunos ya hablan de cambios profundos. La vocación no es algo fácil de medir, pero el desafío será justamente ese, el de encontrar a los que tengan vocación y ponerlos por sobre el resto, para que ese resto termine optando por otra cosa y no por un trabajo tan determinando como el de ser policía. Aún hay mucho que hacer. Hace alrededor de 15 años que los policías no practicaban tiro, lo que parece una fantasía extraída de un libro de García Márquez, pero es verdad y pasa en San Juan con el policía que nos cuida. Ojalá el árbol no tape el bosque. Veremos.