Por Rosendo Fraga
Director del Centro de Estudios 
Unión para la Nueva Mayoría

La estrategia de seguridad nacional presentada por Donald Trump el 5 de diciembre no es tan sorpresiva como parece. Ya un año atrás, entre que ganó la elección y asumió, dijo que Estados Unidos tenía un área geográfica de interés directo. Esta comenzaba -según sus propias palabras- en el Ártico, lo que permitía reclamar soberanía sobre Groenlandia, negociando o no con su población y con Dinamarca, que ocupa la isla.

Esta zona de interés inmediato incluía lo que hoy el Departamento de Estado denomina “Norteamérica”, que de norte a sur va de Alaska y Canadá a México. Es llevar en términos geopolíticos el acuerdo comercial entre estos tres países denominado CAFTA. Siguiendo hacia el sur, la zona también incluye a los seis países de América Central, y en especial el control del Canal de Panamá, clave en el comercio Atlántico-Pacífico. Desde esta perspectiva, no solamente importa Panamá, sino también Honduras (país en el cual Trump acaba de involucrarse personalmente para que una fuerza simpatizante del régimen venezolano no gane la elección) y El Salvador, que el presidente estadounidense presenta como aliado y modelo.

El Golfo de México -al cual algunos expertos estadounidenses ahora quieren cambiar su nombre- se transforma en un área de control directo de Estados Unidos. Los países hispanoamericanos del Caribe (Cuba, República Dominicana y Haití, aunque de origen francés) entran en esta órbita de influencia. El primero mantiene desde hace sesenta y siete años un régimen comunista hostil a Washington, el segundo hoy tiene un gobierno pro estadounidense y el tercero se debate en una situación anárquica. Las islas estado del Caribe se encuentran también en esta región y otorga importancia a Trinidad Tobago y la decena de países similares.

Pero la búsqueda de la hegemonía implica también la influencia y control sobre el norte de Sudamérica, por encontrarse al sur del Mar Caribe. Es así que el interés estadounidense se proyecta sobre Venezuela, que tiene las mayores reservas petrolíferas del mundo y un régimen hostil a Washington desde 1998, primero con el gobierno de Chávez y luego con el de Maduro. Pero una crisis militar sobre Venezuela puede traer un efecto “contagio” sobre los dos mayores países de América del Sur: Brasil y Colombia. Ambos tienen extensas fronteras terrestres con Venezuela. El Pentágono debate ahora si la acción militar sobre este país debe ser con eje terrestre, como se hiciera en Panamá tres décadas y media atrás, o exclusivamente aeronaval, como tuviera lugar contra Libia en 1986. Siempre pueden combinarse elementos de ambas estrategias militares, pero Estados Unidos no encontraría en el caso venezolano un presidente alternativo que, huido Maduro, le entregara el poder. El escenario más probable es que las Fuerzas Armadas, sus reservas (que han recibido armamento), la Guardia Nacional (policía militarizada) y la policía se dividan en este escenario antes que rendirse. Habría así una reacción anárquica con distintos grupos que mantendrían el control sobre diferentes regiones de Venezuela. A su vez, las disidencias que continúan activas de grupos guerrilleros como las FARC y el ELN, al igual que restos de otros grupos paramilitares, completarían esta anarquía armada.

La magnitud del despliegue militar estadounidense frente a Venezuela confirma lo expresado en el documento presentado por Trump sobre seguridad nacional: el aumento de la prioridad del hemisferio. Este es el término con el cual Washington se refiere a América Latina y el Caribe.

Pero la visión estratégica estadounidense respecto a América Latina es más amplia. En primer lugar, no está referida solamente al Atlántico. Como dijera Joe Biden hace quince años, cuando era vicepresidente de Obama, al viajar a una cumbre bilateral con China: “Estados Unidos es y seguirá siendo la potencia del Pacífico”. Esto se hace evidente en la visión estadounidense del hemisferio No sólo importa estratégicamente el Canal de Panamá, sino también el Estrecho de Magallanes. Controlar los dos pasajes entre estos dos océanos es un objetivo estratégico importante.

Las operaciones que han comenzado en torno a Venezuela se realizan tanto sobre la costa atlántica como sobre la del Pacífico de este país. Desde el punto de vista histórico, se vincula la nueva estrategia de seguridad nacional de Trump con la doctrina planteada en 1823 por el presidente Monroe, de “América para los Americanos”, que apuntaba a mantener las nuevas naciones hispanoamericanas fuera de la órbita europea y con el sistema republicano que tenía Estados Unidos, a diferencia de las monarquías del Viejo Continente. En los años siguientes, Francia y Gran Bretaña intervinieron militarmente en Argentina, Francia lo hizo también en México, España intentó recuperar el dominio sobre Chile y Perú, y a comienzos del siglo XX (1903) una fuerza militar británico-germano-italiana tomó los puertos de Venezuela para cobrarse una deuda impaga con su renta aduanera. Pero en ese momento Estados Unidos ya era una potencia económica y militar y desarrollaba su propia área de influencia, adquiriendo el control sobre Filipinas, Cuba, Puerto Rico, Guam y el Canal de Panamá.

Trump ha dicho que Maduro tiene los días contados y Corina Machado que volverá a su país. Pero el camino todavía no está claro.