Por Lic. Alejandra Villagra Berrocá
Escritora

Cada diciembre, la sociedad entra en una dinámica que se repite año tras año: planificación familiar, compras anticipadas, reservas para reuniones y un notable incremento en el consumo. Los comercios se adelantan a la fecha y, prácticamente desde noviembre, la ciudad de San Juan se llena de luces, adornos y promociones que marcan el inicio de la temporada navideña. Sin embargo, detrás de esta maquinaria social y económica, surge una pregunta inevitable: ¿de qué hablamos realmente cuando hablamos de Navidad?

Aunque muchas veces lo olvidemos, la Navidad tiene un origen claro y definido. Se trata de una conmemoración religiosa que se remonta a los primeros siglos del cristianismo y que celebra el nacimiento de Jesús en Belén. A lo largo de la historia, esta festividad fue adquiriendo demostraciones diversas según cada cultura: desde celebraciones litúrgicas hasta expresiones comunitarias cargadas de simbolismo. Su eje constitutivo, no obstante, permaneció estable: recordar un nacimiento que, para los creyentes, significó esperanza y renovación.

Con el paso del tiempo, la Navidad dejó de ser únicamente una celebración espiritual para convertirse también en un fenómeno cultural global. Este proceso, propio de sociedades marcadas por la modernidad y el consumo masivo, propició una progresiva transformación del sentido original de la fecha. Las prácticas comenzaron a desplazarse hacia rituales más vinculados al intercambio de regalos, los encuentros sociales y las experiencias de compra, hasta conformar un sistema comercial que hoy domina el escenario festivo.

En la actualidad, resulta difícil separar la Navidad de su dimensión económica. Según datos de organismos de consumo y cámaras comerciales, diciembre es uno de los meses de mayor circulación monetaria en el año. Las campañas publicitarias, el marketing emocional y la producción de nuevos “personajes” -como es el caso de Papá Noel, figura inspirada en San Nicolás de Bari pero transformada con el paso del tiempo en un ícono comercial de traje rojo- lograron posicionar a esta festividad como un período clave para la industria. Este fenómeno no es menor: refleja cómo los mensajes y los imaginarios navideños fueron adaptados al esquema del mercado, en muchos casos desplazando o diluyendo el sentido religioso o comunitario que le dio origen.

Esto no implica negar la legitimidad de las nuevas prácticas sociales, ni desconocer que para muchas familias la Navidad constituye un espacio de encuentro, descanso o celebración afectiva. Sin embargo, esta realidad invita a revisar el uso actual de la fecha y el lugar que ocupa en el imaginario colectivo. ¿Es la Navidad una tradición espiritual, una costumbre cultural, un evento comercial o una combinación de todos estos factores? La respuesta no es única y depende, en gran parte, de cómo cada comunidad resignifica sus celebraciones y redefine lo que considera esencial.

En este punto, resulta oportuno no perder de vista el sentido profundo que históricamente acompañó a esta festividad. Más allá de las prácticas contemporáneas, la Navidad continúa siendo un llamado a volver la mirada hacia lo que somos como personas y a reconocer la importancia de nuestra dimensión espiritual. En un mundo marcado por la inmediatez y las demandas constantes, este tiempo ofrece la posibilidad de recuperar el contacto con lo trascendente. Para quienes viven su fe, también implica acercarse nuevamente al Niño Jesús, encontrar en Él un espacio de respiro y descanso, y recordar que la vida interior necesita ser alimentada tanto como cualquier otra dimensión humana.

En un contexto donde los consumos tienden a imponerse como la forma predominante de participación social, la Navidad se presenta como un ejemplo claro de cómo una tradición histórica puede transformarse y adaptarse a las lógicas del tiempo presente. El desafío, desde una lectura analítica, consiste en identificar qué elementos permanecen, cuáles se transforman y cuáles corren el riesgo de diluirse bajo el peso de las tendencias comerciales.

De este modo, cuando hablamos de Navidad no nos referimos únicamente a una fecha del calendario, sino a un fenómeno cultural en permanente mutación. Una celebración que articula historia, mercado, prácticas comunitarias y representaciones simbólicas que conviven -a veces en tensión- en el espacio público. Comprender esta complejidad permite explicar por qué, aun con todos los cambios que incorpora, la Navidad sigue ocupando un lugar central en la vida social cada diciembre: porque además de su dimensión social y económica, continúa ofreciendo un tiempo privilegiado para reconectar con aquello que nutre y sostiene el alma humana.