Por Prof. Edmundo Jorge Delgado – Magíster en Historia
Expresan los historiadores o antropólogos, que durante la Edad Antigua y el Medioevo las celebraciones navideñas y su misterio se transmitían a la comunidad a través de diferentes íconos pictóricos y efigies. En general estas representaciones artísticas-sacras fueron de estilo bizantino y románico. Pero además el nacimiento de Jesús se exteriorizaba con canciones, danzas y una que otra representación teatral realizada en los atrios de los templos. Frecuentemente en aquellos remotos tiempos cada pueblo incorporaba a la Navidad su nota propia, recreando la venida del Mesías de manera distintiva. Por ejemplo, las Navidades españolas tenían como particularidad la entonación de los típicos y alegres villancicos y el armado de pesebres, entre otras singularidades.
Las tradiciones navideñas Latinoamericanas son fruto de esa cultura hispánica, caracterizada por profusas modalidades. No obstante los misioneros, especialmente franciscanos y jesuitas, que estaban al corriente de las distintas cosmovisiones religiosas prehispánicas, de ninguna manera las desestimaron. Por lo tanto, adecuaron estas tradiciones al bagaje cultural europeo. Así en cada región de nuestra América emergieron diferentes maneras de festejar la Navidad. Algunos cronistas nos han dejado interesantes datos acerca de esta tradición. Por ejemplo la festejada en la localidad ecuatoriana de Saraguro. Allí se celebraba el ‘Capac-Raimi‘, festividad del incario correspondiente a la siembra del maíz. Fruto de la evangelización, esta festividad se amalgamó con las cristianas y actualmente se hace después del segundo deshierbe correspondiendo a la fiesta católica de Navidad.
En nuestra tierra las usanzas navideñas se recuerdan de distintas formas, también consecuencia de la conjunción con las creencias nativas. De esta manera encontramos un abanico de rituales navideños, en donde cada región posee su rasgo distintivo. Por ejemplo en Santiago del Estero se realiza la fiesta de San Esteban Chico. En la misma se entremezclan plegarias con bailes y juegos, actuando típicos personajes como los alféreces y otros oficiantes. Otra celebración es la realizada en Corrientes en honor a San Baltasar, en la cual los “cambá” (negros) reverencian al Rey Mago de esa raza. Para concluir, se conmemora en La Rioja la fiesta conocida como “el Tincunacu o encuentro”, en donde se “encuentran” San Nicolás de Bari y el Niño Jesús bajo la advocación del Niño Alcalde.
La fiesta del Tinkunaco
Quizá la más representativa sea la mencionada fiesta del “Tinkunaco o Encuentro” celebradas en honor de San Nicolás de Bari (Santo Patrono de La Rioja) y el Niño Alcalde. Los festejos se realizan a fines del mes de diciembre, prolongándose hasta enero. Aunque la principal festividad se lleva a cabo en la capital riojana, también se realiza en algunas localidades del interior de la provincia.
Según los entendidos el término “Tinkunaco” derivaría del quechua y significaría encuentro. Esta es la característica más notoria de esta festividad: el encuentro que se produce entre el mencionado Santo Patrono y el Niño Jesús bajo la advocación del Niño Alcalde.
Una nutrida concurrencia presencia este antiguo ritual a través del cual ambas imágenes de bulto que encabezan sendas procesiones se encuentran -el “encontramiento- según la expresión de un promesante, mientras los creyentes agitan sus pañuelos en un clima de gran emotividad. Luego de esta ceremonia ambas imágenes vuelven, siempre en procesión a sus respectivos asientos, el Santo Patrono a la Catedral y el Niño a la Iglesia de San Francisco
Según los antropólogos a través de este ritual sacro se reproduce simbólicamente el encuentro de dos culturas: la europea representada por San Nicolás, con la aborigen, simbolizada por el Niño Alcalde. A juzgar por lo que manifiesta el estudioso Julián Cáceres Freyre, parte de este juicio se basa en leyenda que le narró uno de sus informantes: “En épocas de la conquista cuando los españoles luchaban contra los indígenas por el dominio de las tierras se estipuló un pacto para poner fin a las hostilidades. En el momento de firmarlo ambos jefes debían levantar sus lanzas para dar a comprender a sus respectivos ejércitos el fin de la guerra. En eso estaban, pero sucedió que el jefe español no hallaba su lanza. En esos instantes apareció entre las malezas un niño blanco y fue él quien firmó el pacto, era el Niño Dios vestido como alcalde y desde entonces los indios lo adoraron”.
(Bibliografía: Marzal, Manuel. Tierra Encantada. Pontificia Universidad Católica del Perú, Ed. Trotta, Madrid, 2002.).

