La guerra de Afganistán es el conflicto armado más largo en la historia de los Estados Unidos e iniciada el 7 de octubre de 2001 como una reacción intempestiva, para muchos analistas, por el entonces presidente George Bush, a casi un mes del más grande ataque terrorista que se recuerde: el atentado a las Torres Gemelas de Nueva York y al Pentágono. La Casa Blanca acusaba a los talibanes que gobernaban ese país de dar refugio a Osama Bin Laden y miembros de la banda de Al Qaeda. Desde entonces se mantiene un conflicto armado con el Emirato Islámico, como se autodenominan los talibanes, ya fuera del poder político en Kabul, pero fortalecidos en la clandestinidad. La llegada de Donald Trump a la Presidencia norteamericana fue precedida por la promesa de campaña de reducir al máximo la presencia militar en la nación asiática, donde actualmente se encuentran unos 13.000 efectivos, además de tropas aliadas. Para cumplir con la retirada se iniciaron hace más de un año conversaciones con los insurgentes en Qatar, con diferentes altibajos, hasta que ahora se anuncia la firma de la paz como cierre de las discusiones, el próximo sábado, según coincidieron los cabecillas de los rebeldes y funcionarios del Departamento de Estado. Pero llama la atención que no menciona en absoluto al Gobierno de Afganistán y sólo aseguran los talibanes que el acuerdo será con varios partidos políticos del país. De prosperar este pacto de paz será una de las grandes victorias políticas y diplomáticas de Trump para lanzarlo a la reelección, a pesar de los conflictos internos como las investigaciones sobre sus finanzas y negocios, el juicio político que no prosperó gracias a la mayoría republicana del Senado, y la imagen positiva que le dieron el acuerdo económico con China, la renegociación del convenio de libre comercio con Canadá y México, y la muerte del poderoso general iraní Qasem Soleimani, entre otros éxitos recientes.


El problema de Afganistán no ha podido resolverse en tres diferentes administraciones estadounidenses de distinto signo político y que le pesa al bolsillo del contribuyente desde 2001, por el despliegue de más de 775.000 efectivos en ese lejano país y, de ellos, más 2.300 han muerto y 20.589 resultaron heridos, según el Ministerio de Defensa. Pero también son poco claros los resultados obtenidos ya que las informaciones oficiales han sido más que nada un pormenorizado relato que los medios de prensa, en particular The Washington Post, califican de 18 años de mentira a la invasión afgana. Mike Pompeo, jefe de la diplomacia de EEUU, sostiene que el pacto busca terminar con la guerra, reducir la presencia de tropas estadounidenses y aliadas y evitar que ningún grupo terrorista use jamás el suelo afgano para amenazar a su país o sus aliados. Una cortina para tapar otra guerra absurda de costo incalculable.