El Camp Nou lo recibió como todos los fines de semana. Con los brazos abiertos, a la espera de que haga en otra oportunidad lo que hace cada vez que se pone la camiseta de Barcelona. Y Messi no le falla.

Para él romperla es un clásico. Como lo es para Barcelona ganarle el derby al Espanyol. En esta ocasión fue 2-0 con dos goles de Leo, el primero de tiro libre -con ayuda de Busquets, que amagó a tirar el manotazo y engañó al defensor que estaba en la línea de gol- y el otro luego de un contraataque letal que él mismo inició. Malcom se la tiró al área para que definiera de primera y liquidara un partido complicado como todo clásico.

Un día después de haberse prestado a una entrevista con una radio argentina, Messi habló donde mejor se expresa: en la cancha. Allí, sobre el verde césped, dejó el título más resonante de todos: el que dice que es el mejor jugador del mundo.