Verano. San Juan. El calor es sofocante, casi que obliga a no salir de las casas, hidratarse todo el tiempo, asistir a alguna pileta y, si es posible, encerrarse en una habitación con aire acondicionado. Por eso, trabajar bajo un enorme y pesado disfraz implica un esfuerzo descomunal que puede incluso atentar contra la salud. Noviembre se acerca y el termómetro comienza a subir...

Con poco más de dos metros de altura, su rosa furioso y un puñado de globos en la mano, la figura de Peppa Pig ya forma parte del paisaje urbano de la Peatonal. Se ubica todos los días en el mismo lugar, sobre calle Tucumán cerca de Laprida. Debajo de esa mole de peluche está Sergio Escudero, de 41 años, a quien los más chicos se acercan casi obnubilados. Y es que en su imagen la ven a ella, la cerdita más famosa de la tele que tanto los divierte. Con toda la inocencia del mundo, se arriman de a poquito con los ojos brillantes y le dan un abrazo enorme.

Como Piñon Fijo, Sergio no quiere saber nada con posar para las cámaras sin la máscara. La razón es la misma: evitar que la magia se pierda para los más pequeños. “Vivo de esto, no tengo otro trabajo”, le dice a DIARIO DE CUYO, orgulloso de lo que hace. Y no es para menos. Pese al sacrificio, con eso puede alimentar a sus seis hijos.


 

Con respecto al intenso calor que se siente dentro del disfraz, el también conocido como Payaso Cucho, asegura ya estar acostumbrado. “Se sufre un poco, pero todo trabajo tiene su esfuerzo y el mío es este: pasar calor. Con ganas se pasa. Acá adentro se siente tres o cuatro veces más del calor que hace. Pero todo sea para vivir dignamente. Yo nací para esto”.

El hombre está en pareja con Mariana Franco (24) desde hace un año. Ella es quien lo acompaña todo el tiempo y lo ayuda en la parte logística. “Yo sin ella no podría hacer nada, porque me arma los globitos que es lo que vendemos. Yo con el traje no puedo hacerlo y ella está ahí. Son globos artesanales, van pegados, dibujados, tiene una elaboración. El disfraz también me lo mantiene mi pareja. No dura limpio mucho porque los niños vienen, tocan, a veces con comida y uno no les puede decir que no”, dice con una sonrisa. El disfraz fue fabricado especialmente y traído desde Bolivia. “Me lo hizo gente que conozco y que hace muy buenas cosas”, aseguró.

“Los niños se entusiasman mucho. Sin embargo, algunos papis se ponen muy nerviosos porque a veces los chicos se acercan y se asustan, pero la mayoría no. A veces los adultos me cuentan que los hijos no quieren levantarse para ir al centro y ellos les dicen ‘vamos a ver a Peppa’ y entonces vienen contentos. Me compran un globito, se sacan una foto y esta es la manera en la que humildemente hace 25 años me gano la vida, con lo que Dios me enseñó a hacer”, remarca una y otra vez.

Sergio cobra $50 por cada globo, y la colaboración por la foto depende de lo que la gente esté dispuesta a pagar. “La foto es a voluntad, no cobro, porque si lo hago me mandan a trabajar. Esto es un trabajo digno que no cualquiera puede hacer”.


 

Hay días en los que su tarea suele ser más complicada de lo que debiera. Y como personaje de la Peatonal tiene un sinfín de anécdotas para contar. “Hace un tiempo una señora venía todas las semanas, me compraba un globo y dejaba un nene sentadito, cerca de mi pareja. Un día, le pregunté por qué dejaba al chico. Ella me confesó que se iba al casino. Entonces yo le dije que no debía hacer eso y que le iba a decir a un policía. Me hizo un escándalo terrible porque no le cuidaba el niño”, recordó.  

“A veces cuesta. Cuando empecé con los disfraces la gente no se adaptaba. Hay mamás que vienen con cinco niños y quieren que los alce a todos. Y es imposible. Si yo me pongo a alzar a todos los chicos que vienen, tendría unos músculos enormes. Aparte no veo muy bien y se me pueden caer. Por ahí se enojan, pero también están los que entienden. Otros se confunden. Creen que porque estoy acá tengo que cuidar a los bebés y no es así. Pero son cosas que pasan”.

No faltan tampoco quienes le piden que se traslade cinco minutos hasta un salón de cumpleaños para que sus hijos lo conozcan. “Pero me es imposible, porque estoy acá cumpliendo con mi trabajo”.

Sergio pasa casi ocho horas diarias debajo del sol, pero no se queja. Todo lo contrario. "Estoy muy agradecido con la gente porque yo vivo y tengo un plato digno de comida por esto".