"Afilador, no abandones tu pedal, que girando en tantas vueltas desde alguna puerta ya te llamarán…", reza la letra de un tango. Cuánto se acostumbraron los oídos a escuchar el silbido de la flauta chata del afilador que invitaba a la ama de casa o al carnicero a salir a la puerta de calle para darle utilidad a un envejecido cuchillo de hoja desgastada o una tijera que con el tiempo perdió el filo y necesita de la mano conocedora de un profesional del oficio.
El paso del tiempo acalló el estridente ruido, el oficio prácticamente se extinguió y apenas un puñado de afiladores mantienen viva esta noble tarea. En San Juan se cree que no son más de seis, la mayoría superó largamente los 50. No cambiaron su vieja bicicleta y el esmeril, que ayudado por unas viejas correas y el incesante pedalear, hacen girar las piedras.
Luis Collado (42) es un sanjuanino hincha de San Lorenzo que tiene 8 hijos y está casado con María Teresa. Desde los 23 años se convirtió en un eslabón multiplicador de una familia que hizo del afilado de cuchillos y tijeras un modo de vida que le sirvió para criar a su numerosa familia. "A este trabajo hay que quererlo, sino andas renegando. Yo lo quiero y es mi modo de vida. Nunca pensé en dejarlo o cambiarlo, a mí esto me gusta y es mi trabajo", aseguró Luis.
Felix, el papá de Luis, que ya falleció, quiso que sus hijos tuvieran un oficio, que les permitiera más allá de cualquier cosa que pase tener una herramienta para ganarse la vida. Para este afilador que vive en el Lote 62 de Chimbas, todo comenzó una tarde del ’91 cuando su hermano Daniel llegó de Córdoba para instalarse en la provincia y le propuso a Luis comenzar a trabajar en el oficio que les había enseñado su papá y que Daniel ya ejercía en la provincia mediterránea.
"Empecé a hacer clientes, me hice conocer y con esto de afilar cuchillos me conozco toda la provincia", cuenta Luis.
En el teatro de la vida, Luis y los suyos siguen agregando capítulos a un trabajo que aunque parezca extraño, entre cuchillos y tijeras lo llevan en el corazón.