Con sólo 32 años, este sanjuanino, médico y teniente militar desde hace cinco, participó en la última misión de los Cascos Azules argentinos de la Organización de las Naciones Unidas, y durante 6 meses no sólo cumplió con su trabajo de atender a los soldados, sino que asistió a más de 2.000 habitantes de Haití en escuelas, hospitales, asilos y hasta cárceles.
Preparación en el Colegio Militar mediante, Hidalgo se convirtió en teniente y se postuló para el viaje tan deseado al país centroamericano, aquejado desde hace décadas por inestabilidad económica, conflictos sociales, una marcada violencia cotidiana, desnutrición significativa, 50% de analfabetismo, 7% de la población infectada de HIV (la conocida estadísticamente), un promedio de casi 6 hijos por mujer y una expectativa de vida de sólo 50 años. El 80% de los haitianos (7 millones) vive con menos de dos dólares por día, la mortalidad infantil roza el 60 por ciento y el desempleo supera el 70%
En este contexto, misionar en Haití es como volver al pasado, con el agregado de intentar hacer algo por ciudadanos que quedaron a la buena de Dios, lejos de cualquier responsabilidad política. "Las escuelas no tienen techo, en los hospitales no hay médicos y se pasean las gallinas como si nada, sobre los heridos revolotean las moscas, piojillos, todo tipo de bacterias y hay 400 patologías desconocidas; al trabajo que hicimos y que la delegación de los Cascos Azules de este país sigue haciendo yo lo llamo «la Argentina silenciosa», inclusive uno de los nuestros murió allí, es muy duro, pero a la vez gratificante", relató Federico a DIARIO DE CUYO.
El sanjuanino atendió en tres ciudades: Port de Paix, Gonaïves y Puerto Príncipe. En esta última vivió verdaderas situaciones límite. "Cité Soleil es el barrio más peligroso de la capital, en el que sentí realmente el miedo. Un día que fuimos a una escuela tomada por la guerrilla, empezaron los tiros y conté cuatro que me pasaron raspando y pegaron sobre unas hojas de bananos. Yo me había tirado al piso, a pesar de que estaba con un fusil M-16, cuando entré a ese lugar sentí una incertidumbre, me pregunté qué hacía allí", describió el médico.
"Las salidas en tanquetas blindadas eran habituales, como estar con chalecos antibalas permanentemente, a pesar de los 40 grados promedio de calor. Yo iba a los orfanatos, asilos, cárceles, me asistían con algo para tomar o comer las Hermanas de la Caridad, la congregación de la Madre Teresa. Allí la mugre desbordaba por todos lados, la sarna, las enfermedades contagiosas. Los presos, por ejemplo, son 40 en pocos metros cuadrados, orinan y defecan en el mismo lugar y se turnan para dormir por el espacio", contó Federico.
Haití pareciera ser un país fantástico, ninguna descripción que haga quien estuvo allí puede siquiera equiparar a la realidad misma y a todos los problemas anteriormente descriptos se suma la influencia del vudú, que obtuvo un status legal como religión en ese país y que en la práctica origina más inconvenientes.
"Hay muchas creencias erradas, hay que custodiar y proteger a las personas albinas para que no les hagan daño y hay que luchar también contra otras cosas. Yo tuve que amputar a un paciente que había empezado con una gangrena de pie producto de una infección y se le complicó porque lo medicaron con un ungüento vudú que empeoró el cuadro, no hizo una infección generalizada porque probablemente una trombosis impidió su avance. El hombre estaba postrado desde hacía meses, con un dolor intolerable y el olor de su pierna, en la que se le veían los huesos, era nauseabundo. Inclusive su pie ya estaba como momificado, seco", relató el sanjuanino, quien expuso el caso ante la ONU.
Entre las historias que más lo conmovieron, Federico contó que pudo operar a una niña que había sufrido hace años una gran quemadura por la que su antebrazo estaba pegado al hombro. "Logré separarlos y hasta le hice un injerto de piel. Seguramente cuando sea grande, recordará que hubo un médico que hizo algo por ella", recordó emocionado.

