Con cara de asombro, muy concentrados, los niños que estuvieron allí trataron de entender el ritual. Hasta los más chicos se quedaron callados, atentos a las palabras de Angela Torres, miembro de la comunidad boliviana que se encargó de explicar la ceremonia. Era la celebración de la Pachamama, la madre tierra de los incas, que se sigue haciendo en todos los pueblos norteños del país. Ayer, San Juan también se sumó a la festividad en el predio del Museo de la Memoria Urbana, en la ex Estación San Martín.
La sencillez de este ritual extraño para los sanjuaninos llamó la atención de los que lo presenciaron, que con cámara o filmadora en mano fueron siguiendo todos los momentos. Hicieron primero un pozo no muy grande en la tierra, después pusieron en el piso unas telas para presentar las ofrendas y para arrodillarse. Luego volcaron en el hueco unas brasas. Y ahí comenzó la explicación. Angela pasó entre la gente, que estaba dispuesta en círculo alrededor del pozo, mostrando lo que iba a ser su ofrenda.
Era una "mesa tendida", como la llaman en la comunidad boliviana, y consistía en una bandeja preparada con golosinas, serpentinas, patay, hojas de coca y pequeños cuadritos hechos manualmente que simbolizaban todas las cosas por las que le pedía a la Madre Tierra, como el estudio, el trabajo, la vivienda. A la tierra se le regala todo lo que la gente quiere que se multiplique y también se le agradece por todo lo recibido de ella.
Pero, además, los organizadores del ritual (miembros del Programa Universitario de Asuntos Indígenas de la UNSJ, de la comunidad huarpe sarmientina Cacique Cochagual y del municipio capitalino) pusieron a disposición del público frutas y verduras de estación, fideos, pan, cigarrillos y bebidas. Y, luego de romper el hielo con las explicaciones, la mayoría se animó a brindar con la pacha.
Rodillas en el piso, tomaron las ofrendas y las tiraron al hueco. Todo con las manos juntas, ya que, según la creencia aborigen, las partes no significan nada si no están unidas. La bebida se sirvió en un vaso, una parte se volcó en el pozo y otra se tomó. Igual pasó con los cigarrillos, que prendieron y dejaron clavados en el suelo con la brasa hacia arriba. En ese momento, pusieron serpentinas en los cuellos de los que hacían el brindis y arrojaron papel picado. Eso significaba alegría y bendición.
A un costado María Zalazar, de la comunidad huarpe, se limitó a observar. Ella no pudo participar del ritual porque la invocación la hizo otra persona. Así es como lo hacen también en sus comunidades. No interfieren en las palabras del que oficia la celebración, pero sí hacen luego su ofrenda y sus pedidos personales. María también contó que el ritual es diferente para los huarpes. Ellos no queman las ofrendas (para que el humo se eleve al Santo Espíritu del cielo), sino que las entierran para que sirvan de abono. Lo demás es igual: tapan todo con piedras para formar, finalmente, lo que llaman la apacheta.