El contraste se nota, y mucho. El tiempo corre diferente entre las rejas y la madera del lugar: el tiempo es diferente para los que participan de esta milenaria arte marcial, los movimientos son más lentos, precisos y pensados; el respeto y la estructuración de las relaciones, también. En una de esas casa bajas, con un jardincito frontal y un zaguán que recibe a todos, está el dojo Jinsoku, justo frente a la actualidad y grandilocuencia del nuevo edificio de la Obra Social Provincia, por calle Agustín Gnecco. 

El Kendo -ken: espada y do: camino- es una de las cinco artes marciales tradicionales del Japón. Es algo más que un simple deporte: una mezcla de arte y un ritual. Aunque, para ser justos con la actividad, el Kendo, de acuerdo al decir de los expertos, es un reiho: una forma de vivir en sí mismo

Al llegar al dojo, recibe a este medio, el sensei Marcelo Ruíz. De estatura baja y ojos profundamente celestes que observan de tal manera que una mirada es una estocada de sable, Ruiz da las instrucciones a sus estudiantes para comenzar la clase. Seis tipos robustos, de diferentes edades y una niña de unos 13 - todos vestidos con el uniforme japonés azul oscuro y pantalones Hakama- se alinean a un costado, luego de saludar con una leve reverencia al espacio de práctica.

La praxis del Kendo, como todo lo que originario del país Nipón, incluye una liturgia de varias partes debidamente segmentadas e indispensables. Los siete y su sensei se arrodillan ante un pergamino con ideogramas que comunican los preceptos de virtud y disciplina de la escuela. Frente a él, están los tres sables principales del dojo Jinsoku. Además de siete estatuillas -una por cada año desde el inicio de la institución en San Juan- que representan los animales del horóscopo oriental. Una vez finalizados los saludos de rigor, comienzan las tareas con el sable. 

La etapa inicial de la clase no es Kendo propiamente dicho sino Iaido: formas con la espada envainada, que, a su vez, involucra el Sei Tei: la unión y la significación de la espada. Ruíz explica que durante muchos años, el sable fue considerado un palo más, que se había perdido la unión con él. Entonces nació el Sei Tei como forma de resignificarlo.

Concluido esa fundamental instancia, el sensei ordena empezar con el Kendo. Los alumnos comienzan a ponerse la armadura -otrora usada por samurais- con el mayor respeto a sus objetos. Los que tienen más experiencia, anudan con agilidad las prendas -se unen a ellas. Desde ese momento, tanto la armadura -compuesta por un baile de nombres japoneses: el sable shinai, el kote, el men, el tare y el keigoki- como el cuerpo del luchador, serán una unidad. Esa es la base del Kendo: la unión espiritual con la espada.

El enfrentamiento es tan controlado y respetuoso como feroz. Mientras vociferan con una inusitada estridencia y se mueven de adelante para atrás, los alumnos se golpean con el shinai en la cabeza cubierta por el men. El sensei Marcelo Ruíz quiebra su sable de entrenamiento, lo lamenta un poco y continúa. Una de las bases de esta arte marcial es la habilidad y las estrategias que los retadores deben poner en marcha para seguir el combate y vencer.

La clase del viernes, a la que asistió este medio, y que no es para perezosos, dura aproximadamente más de una hora. Da inicio a las 15 y finaliza alrededor de las 16:30. Ruíz comenta que el también se dictan los lunes y miércoles, a las 20.

La formación del sensei es vasta. De joven, el aikido llamó a la puerta de su curiosidad y llegó hasta el último escalafón de la disciplina. Una vez que creyó haber alcanzado el techo de sus habilidades en esa práctica, decidió incursionar en Kendo. Relata que iba seminarios en Mendoza los fines de semana y que así fue especializándose, hasta que, en un importante encuentro, la Federación que nuclea la actividad, le pidió que abriera una escuela en San Juan. Admite que, al principio, le pareció mucha responsabilidad, que sintió no estar preparado. No obstante, un breve tiempo después, lo hizo: inauguró el único espacio en la provincia para practicar el deporte.

Ruíz y uno de los estudiantes competirán a nivel nacional, en una encuentro que tendrá como sede a Mar del Plata, pues el dojo Jinsoku forma parte de la escuela de Asociación de Kendo Jikishinkan - la escuela del corazón puro y recto-, lo que les da luz verde para representar a la provincia.

Un deporte inclusivo y económico:

Todas las personas, de todas las edades (desde los 13 años en adelante) y contextura física, pueden practicar Kendo. El arancel mensual es de 500 pesos.

¿Por qué el Kendo no es una disciplina olímpica?

Marcelo Ruíz explica que el modo de enfrentamiento y punteo en la disciplina es ajeno a la cuantificación. Si bien, en cada combate el luchador debe marcar cuatro puntos, cada uno de ellos debe tener la intención de ser marcado. "Uno de los contricantes puede golpear la zona de la garganta -que es una de más complicadas- y, sin embargo, no va a contabilizarse como punto si el árbitro entiende que no hubo intención, que fue sin quererlo así" dice el maestro. Además, según comenta, en el Kendo los ascensos no se materializan en cinturones u otro tipo de distinción. En un combate pueden batirse un experto y un lego, con chances de ganar para cualquiera de los dos. 

Las partes de la armadura: