"Lo único que le hacía falta a mi hijo era un almohadón en los pies para poder llegar bien a la silla. Pero tener un diagnóstico de discapacidad es tener una etiqueta que te enfrenta directamente a los prejuicios. Y por eso no lo quisieron aceptar en los colegios confesionales a los que fui", dice Silvia. "Los problemas empezaron desde el jardín maternal. Me pusieron miles de trabas. Después, para inscribir a mi hija en la salita de 5 años, recorrí casi todas las escuelas privadas y estatales. Al final, terminó en uno de los pocos colegios integradores que hay, pero también ahí nos han hecho muchos problemas", dice Cristina. Ambos testimonios son parte de la realidad con la que aseguran se encuentran padres de chicos con necesidades educativas especiales al momento de tratar de integrarlos en escuelas privadas comunes, tal como establece la Ley Nacional de Educación (ver aparte).

Una reunión informal en centros de estimulación para chicos discapacitados los fue juntando y, cuando compartieron sus experiencias, se dieron cuenta de que el problema de uno terminó siendo similar al que tenían todos: estos padres habían recorrido decenas de escuelas comunes para integrar a sus hijos, les habían cerrado las puertas con las mismas excusas a todos, habían peleado (cada uno por su cuenta) en el Ministerio de Educación, en sus obras sociales y hasta en Defensoría del Pueblo. Y casi todos hicieron oídos sordos a sus pedidos que, por ley, son sus derechos.

Dicen estos padres que en las escuelas las excusas son varias. Las frases frecuentes son, por ejemplo, "acá ya no integramos chicos discapacitados", o "no tenemos las instalaciones adecuadas o docentes capacitados", o "tienen que contratar un docente integrador", o "vamos a ver si el docente está dispuesto". Con eso se encontró Silvia cuando trató de inscribir a su hijo en varios colegios privados. "No se puede hacer nada con eso de que los privados se reservan el derecho de admisión", dice. Su hijo estuvo desnutrido todo el primer año de vida y eso le dejó algunas secuelas en su caminar y un leve trastorno al hablar. Fuera de eso, no sufre ningún retraso mental.

Con el nene de María y la nena de Cristina pasó lo mismo. María sostiene que fue a más de media docena de colegios privados y su hijo no fue aceptado en ninguno por una discapacidad que le impide hablar correctamente. "Al final me cansé y decidí mandarlo a una escuela estatal", afirma.

Por su parte, Cristina cuenta que su nena de 6 años tiene un síndrome que le impide controlar cuando está satisfecha con la comida y tiene un leve retraso mental en el que es fundamental, según sus médicos, la estimulación temprana. "Mi nena nunca fue agresiva, sólo necesita la misma atención que los demás", asegura. "Te terminás cansando y quedás con mucho dolor y angustia por la discriminación. Esto es sólo cuestión de voluntad", sentencia.