San Martín no conocía la cordillera. Pero llevaba, casi como único equipaje personal, los libros del inglés Thomas Paine titulados Los Derechos del Hombre. Le bastaba eso, más su artillería de ideales, para lanzarse a cruzar la Cordillera de Los Andes con más de 5.000 hombres para hacer la Patria. En eso pensaba el Libertador: en el otro. En mirar, respetar, entender al otro, al hermano, al compatriota, para construir la libertad. Lo hizo mientras avanzaba por la montaña sanjuanina. Y hasta hace tres días, siguieron ese camino casi 50 personas, en la sexta edición del Cruce Sanmartiniano organizado por el Gobierno de San Juan, de la que DIARIO DE CUYO formó parte. De nuevo, y con mucho énfasis al tratarse del año del Bicentenario de la Patria, la premisa estuvo en lo alto: mirar al otro para hacer Patria. Estar con el otro. Ser con el otro. Y darse la mano en un objetivo común.
De otro modo no se entendería cómo personas que pasan la mayor parte de su tiempo en oficinas o frente a una computadora hayan hecho un trayecto de más de 300 kilómetros a lomo de mula y en alturas de hasta 4.600 metros, con temperaturas mayores a 30 grados de día y bajo cero de noche, cruzando ríos y bordeando precipicios, sufriendo la puna y el desgaste físico constante. Tampoco se entendería cómo esas mismas personas avanzaban cada una de las seis jornadas al grito desgarrador de Viva la Patria. O cómo lo único que cantaban al llegar a cada destino era la Marcha de San Lorenzo. Y cómo lloraban al hacerlo, lloraban sobre sus protectores solares y sus barbas desprolijas y sus rostros llenos de tierra, como lloraban con el Himno Nacional. Como lo hacían cada vez que la Patria, en su formato más histórico y reivindicatorio, acudía a la piel.
No se entendería la Patria sin ese constante pensar en el otro que llevó, por ejemplo, al fotógrafo Sergio Leiva a tirarse bajo el vientre de una mula, al borde del precipicio, para frenar a otra que arremetía y salvar del riesgo al camarógrafo Claudio Merino, que iba adelante. No se entendería sin la actitud humilde del superprofesional Huevo Muñoz enseñando secretos técnicos a los fotógrafos aficionados para mostrar mejor la montaña. No se entendería sin advertencias como la del periodista sanjuanino Sergio Montt a su colega porteño Carlos Strione: "Cuando tus hijos te pregunten sobre el cruce de San Martín, les vas a poder contar desde adentro por dónde lo hizo".
El otro en uno, en el grito de aguante ante la angustia de la bajada pronunciada de La Honda mientras las mulas tropiezan y mandan rocas al fondo. Mientras lo que más se ve allá abajo es el cadáver de una mula que desbarrancó hace poco, y el esqueleto de otra, y medio esqueleto de otra más. El otro en uno, enseñando a ajustar las cinchas para que tanto movimiento no sea fatal al descender El Espinacito. Uno en el otro, prestando el vaso térmico, o la campera, o la bolsa de nailon para cubrir la cámara por si llueve.
No se entendería de otro modo por qué todos lloran en el almuerzo del reencuentro, todos limpios y acicalados, en el Centro Cívico. Por qué todos lloran y cuentan cómo la Patria se hace con la mirada en el otro. Cómo la Patria significa poner el alma grandota, dice Julio Coll; significa volverse mejor persona, dice Lucía Alvarez; significa tocar a su viejo y a su vieja en el cielo cordillerano, dice Walter Atampi; significa estar pendiente de un desconocido, dice el petiso Leiva; significa parar un poco la locura para pensar, dice Jorge Lucero; significa el orgullo para los hijos, dice Pancho Márquez. Y para todos los que fueron y volvieron, y se asustaron y rieron y lloraron, y gritaron desde las tripas y ayudaron a los otros, la Patria significa el aprendizaje cotidiano de que se escribe así, con la Pe de Pelotas, y no es sólo una Palabra, sino un Punto de Partida.

