Juan Carlos Lescano (67 años, sanjuanino, 3 hijos, maquinista naval y buzo profesional de altas profundidades) fue parte del conflicto bélico en las Islas Malvinas en uno de los frentes de batalla más duros y no porque se haya tenido que enfrentar fusil en mano cara a cara al enemigo, sino porque vio la muerte pasar frente a sus retinas. Fue encomendado a la guerra el 26 de abril de 1982, cuando la orden fue viajar hasta Puerto Belgrano y embarcarse en el buque hospital Almirante Irizar, una enorme estructura de acero que se acondicionó para recibir a los heridos.

El buque tiró anclas en la bahía frente a Puerto Argentino, a no más de 200 metros de tierra firme. Lo que restaba era esperar el inicio de los enfrentamientos. Este sanjuanino, que por entonces tenía 27 años, estaba casado y ya tenía 2 de sus hijos, fue enviado para que cumpla una misión clave: recuperar a aquellos soldados que sufrieran el tan mentado “pie de trinchera”, que es cuando las extremidades quedan expuestas por días al frío y al agua. De su pericia dependía que un soldado pierda o no sus piernas. Se había formado en la Armada en la medicina hiperbárica, un sistema de cápsulas presurizadas que a determinada presión pueden multiplicar la oxigenación en sangre del herido y restaurar venas y tejidos dañados u obstruidos.

Vio cuerpos mutilados, heridas gravísimas, cuerpos agonizando e historias de vida... y muerte. Asegura que su formación profesional evitó que fuera traumático y, por el contrario, que lo viviera como un aprendizaje. Aún mantiene vivos aquellos días en el buque sin que resulte una pesada carga. 

“El que no podía ser recuperado para volver al frente de batalla iba para la cama de atrás, eso chocaba… se le daba una inyección de morfina y lo hacían esperar. También era fuerte el choque con la muerte, un día lo estabas atendiendo y el otro día te enterabas que murió… esa situación conmovía, pero estaba preparado para eso”, recordó Lescano.

Lo humano jugó su papel, más allá de la atención médica; “se trató de contener, sobre todo a los jóvenes, esa contención primaria cuando llegaban tan mal. Siempre me dio la impresión que no eran conscientes de la gravedad, sabían que se habían salvados, pero nada más”. 

La vuelta de las Islas fue a tono con lo que la historia retrató a fuego. Un desprecio absoluto para el veterano de guerra sumado a que la carrera militar estaba agonizando, los sueldos eran paupérrimos y fue allí cuando Lescano se planteó abandonar la Armada para hacer valer su título de buzo profesional en la parte civil. En 1985 pidió la baja. Se terminaba una etapa.
Lo que vino lo alejó de Malvinas, su cabeza dio un click y el bienestar de su familia fue la zanahoria que lo llevó a buscar trabajo. No tardó mucho en llegar, fue contratado por una empresa petrolera de origen francés para las tareas de pesquisa, maniobra y construcción de plataformas petroleras. También fue empleado por YPF. No había muchos profesionales en el país que hicieran su tarea.

Esa vida bajo el agua que le daba herramientas para sostener a su familia pero volvió fue un sismo cuando con la crisis que desembocó en el estallido del 2001, Lescano dejó de ser prescindible para la firma francesa (dejó sus operaciones en el país) y otra vez debía empezar de nuevo. En la Argentina no se le abrieron puertas y sí en Chile, aquel país que en 1982 colaboró con el Reino Unido en la guerra, algo que este VGM no olvida hasta el día de hoy.

Lescano tenía muy claro que primero estaba la familia, por eso al principio fue muy prudente y el tema de Malvinas no lo charló con nadie. Era un tema cancelado. Es que por si fuera poco la primera misión como buzo fue en Punta Arena, distrito al Sur de Chile con mucha participación en el conflicto bélico (fue clave en el andamiaje de las fuerzas militares británicas), sumado a que la empresa que le pagaba el sueldo era la compañía estatal de petróleo.

“Fui al principio demasiado reservado, de la misma manera que le doy gracias a Chile porque me dio trabajo, también no me olvido que fueron los grandes traidores de la guerra”, reflexionó, sin pelos en la lengua. Pero el paso de los años lo amigó con las costumbres chilenas y su jerarquía –llegó a ser superintendente de la empresa de buceo- hizo que de a poco se animara a hablar sin tantos pruritos. 

“Ellos cada vez que podían se burlaban de lo que pasó en la guerra, que éramos siempre segundos en el fútbol y yo les decía: ‘Ustedes son unos vendidos’. Les sacaba mucho el cuento (sic) de que durante la guerra había 7 millones de chilenos que vivían en la Argentina, que comían gracias a nosotros y ellos apoyaron a Gran Bretaña”. Y agregó, “somos hermanos pero ellos en el ’82 fueron los traidores más grandes, se los decía así, cuando tenía la oportunidad se los decía, a mí me dolió mucho”.

La causa Malvinas para Juan Carlos tiene un peso importante en su vida pero en el fondo reconoce que todavía no se involucra demasiado con ello. Su vuelta a San Juan en marzo del 2020 por la pandemia y la reciente jubilación, están despertando ese ‘bichito’, y el primer paso fue empezar a colaborar con la Agrupación de Veteranos de Guerra ‘2 de Abril’

Al final de una charla -que duró poco más de una hora-, se dio la pregunta obligada de si le gustaría ir a las Islas; “no, de verdad que no, y tuve oportunidades de ir, me invitaron, pero no me interesa… iré cuando las volvamos a rescatar”.