Todo le caía mal, sentía estados de angustia y hasta le costó descubrir que le estaba pasando. Algunos análisis de por medio dieron como resultado que se había convertido en una persona celíaca. Esto fue hace cuatro años y desde entonces, Justina Castañeda, repostera de toda la vida, tuvo que cambiar todos sus hábitos alimentarios.

El tema fue cuando comenzó a comprar algunos productos para su consumo y notó que ni la textura ni los sabores tenían nada que ver con lo que ella estaba acostumbrada. Así inició un camino de investigación para obtener, en base a sus conocimientos, similitudes con las masas tradicionales tanto para comidas saladas como las dulces a las que ella siempre estuvo dedicada.

“Fueron meses de pruebas, de muchas cosas tiradas al tacho de la basura para alcanzar los sabores, texturas y dorados. Me costaba mucho comer masas que se desgranaban, quebraban, que no tomaban color en el horno, y hasta me imaginaba cómo harían los chicos que padecen esta enfermedad”, relata.

Harina de maíz, arroz y mandioca (en menos cantidad porque no es bien tolerada por todos), en distintas proporciones fueron la clave para alcanzar los objetivos.

En la actualidad quien prueba los budines, alfajores, pan, semitas con chicharrones, pizzas, tarteletas y hojas de empanadas puede comprobar la similitud con las elaboradas con trigo, que es uno de los productos que no logran asimilar.

Luego descubrió cómo hacer pepitas de chocolate, merengue y otros productos muy parecidos a los tradicionales pero permitidos para celíacos.

Invitó a un par de vecinas y otras dos señoras conocidas que estaban pasando por lo mismo y con quienes comparte ahora todo lo que hace.

“Una de las cosas que más me gustó lograr fue la semita, que es un producto tan querido para los sanjuaninos. Elaboro algo muy similar a la que come el resto de la gente”, dice.

Justina no compra nada envasado, todas sus comidas son elaboradas en casa, con extremas condiciones de higiene. “Si hay algo que le aconsejo a las mamás de los chicos celíacos es que tengan siempre en la mesada un pulverizador con una parte de agua y otra de alcohol puro para desinfectar todo. Incluso hay que guardar las masas y otras comidas elaboradas en la heladera en bolsas herméticas. Esto es muy importante para quienes padecen la enfermedad”.

Su próxima meta es investigar sobre conservantes. “De esto no tengo conocimiento por lo que mis alimentos no tienen este tipo de aditivo, lo único que hago por el momento es agregar una cucharada de alcohol o vinagre blanco para que dure un poco más. De todos modos voy haciendo pruebas y dejo alimentos para ver cuanto tiempo tardan en no ser aptos para el consumo”.

Justina no comercializa sus productos, salvo algunos que lleva al café-bar que tiene su hija para que provea a clientes con esta patología.

“A mi me gustaría que las mamás sepan que se puede llegar con las harinas permitidas a la textura de las otras para que los chicos disfruten de lo que comen”.

Justina tiene todo en orden, y en la mesa exhibe tarteletas con compota de peras, una pizza con abundante queso y jamón crudo; semitas, merenguitos, demasiadas cosas para ella sola por lo que además de mostrarlas para la nota, invita y luego provee a sus vecinas.

Como buena degustadora de alimentos, se siente afortunada de poder tomar champagne ya que la dieta de los celíacos no permite cerveza ni wisky, por ejemplo.

Debió cambiar sus hábitos, y lejos de sentirse mal por esto, buscó alternativas para sentirse bien y ayudar a los demás.