María lleva siete minutos, cronometrados por reloj, intentando atravesar la plaza 25 de Mayo. La demora no sólo se debe a que sus acompañantes (dos hijos, uno de 2 años y otro de 7 meses que va en un changuito) no pueden seguirle el paso. El lugar está colmado de adolescentes que no dejaron espacio libre ni para circular. Ni para sentarse a disfrutar del paisaje. Ni siquiera para que se asienten las palomas. Por las tardes, y en especial los viernes, esta plaza es sólo de ellos.
DIARIO DE CUYO se adentró en este mundo para conocer por qué los chicos ahora se reúnen en este lugar, qué hacen y qué reacciones despiertan en los demás con su presencia. También realizó un sondeo de opinión entre los peatones que circulaban por la plaza para conocer su opinión acerca de esta nueva moda adolescente. El 62 por ciento de los encuestados dijo que no le molestaba (ver aparte).
A partir de las 18 horas, en la plaza 25 de Mayo ya no hay lugar disponible para personas que tengan menos de 14 años o más de 17. Desde los cuatro puntos cardinales comienzan a llegar los chicos que han convertido la plaza en un lugar donde darle rienda suelta a la diversión, a las emociones, a los sentimientos y a los talentos. Sin vergüenza. Y ante la mirada de los adultos que todavía se asombran del peinado y vestimenta que lucen.
Una jovencita de 14 años busca entre su mochila y por fin encuentra el peine que utiliza para hacer de peluquera personal de su novio. Con movimientos rápidos y cortos intenta pararle más la melena. Él confiesa que le pinta la onda flogger, pero que todavía no se anima a calzarse unos chupines rojos. Y que por ahora se conforma con el peinado. Toda esta sesión de peluquería ocurre ante la mirada atenta de un hombre cincuentón que, luego de mecer la cabeza, continúa su camino.
Un grupo de emos que se reúne a diario en esta plaza confiesa que no le molesta que la gente los mire con desprecio. Y que no por eso van a cambiar su aspecto o van a dejar de concurrir al lugar. También afirman que en realidad es más difícil entender a los grandes que a los adolescentes. "Antes se quejaban porque los chicos nos pasábamos el día en el cyber porque era perjudicial para nuestra salud mental -dice uno de los emo, que se hace llamar Chineitor-. Ahora se quejan porque estamos en la plaza. Si no hacemos nada malo".
Una frenada brusca al lado de la fuente interrumpe el beso apasionado con el que se demostraba amor una parejita con guardapolvos blancos. Son dos oficiales de la Policía que llegan en moto después de recibir una denuncia anónima acerca de disturbios en la plaza. Se suma un tercero que, itaka en mano, los acompaña a recorrer el lugar.
"Eso es por culpa de los chabones de hace rato", dice por lo bajo uno de los chicos. Se refiere a juveniles del Club Atlético Platense que se encontraron por casualidad con sus pares del Club Atlético San Martín e intercambiaron cánticos de rivalidad. Pero el encontronazo no pasó de eso. Luego de una recorrida, los oficiales constatan que todo está tranquilo. De todos modos, deciden quedarse por unos 15 minutos para vigilar.
"Si mi marido me viera acá en la plaza me mataría -dice Yésica, que se acerca a la fuente para que su pequeña de 2 años meta sus manos bajo el chorro de los sapos-. A él le da un poco de miedo que la nena esté entre tantos chicos vestidos raros, con tatuajes y aros por todos lados, porque uno no sabe lo que pueden hacer".
Frente a este comentario, Alicia, una de las kiosqueras de la plaza, salta a defender a los chicos. Dice que son respetuosos y amorosos, mientras guarda adentro del kiosco la mochila que uno de ellos le dejó empeñada a cambio del envase retornable de la gaseosa que le acababa de comprar.
Dos skaters intentan, por quinta vez consecutiva, concretar una pirueta sin terminar en el suelo. Pero otros dos oficiales de Policía más que hacen su ronda por la plaza no se lo permiten. Les dicen que pueden lastimar a alguien con la patineta.
Este nuevo episodio con las autoridades va propiciando la desconcentración voluntaria de los chicos, que dicen que, para una misma tarde, ya han visto demasiados uniformes.
El último grupo en marcharse es el que desde temprano ocupó el sector Sur de la plaza para disfrutar de la música en vivo. Uno de ellos tocó la guitarra y cantó sin parar por más de dos horas. Y sólo canciones de amor.