No puede disimular la alegría y la emoción que le genera recordar su paso por África, más precisamente por Zimbabue. Allí, Eduardo Vargas, un odontólogo sanjuanino que hace 20 años vive en España, participó de una misión solidaria en la que atendieron gratis a más de 2.500 personas de escasos recursos. "Me vine a vivir a España en plena crisis económica de 2001 y acá me quedé. Hace muchos años más ofrecen ser parte de esta misión pero siempre me negué. Sin embargo, la pandemia hizo que cambiara algunas cosas que pensaba y me animé a ser parte de esta aventura. Es incomparable lo que viví. La pobreza que se ve en África no se parece en nada a la pobreza que hay en España o Argentina", dijo el odontólogo y comentó que ya tiene pensado en noviembre volver a Zimbabue a brindar atención profesional.

Eduardo (50) nació en Capital e hizo todos los niveles educativos en el Colegio Don Bosco.

Estudió Odontología en Mendoza y viaja seguido a San Juan a visitar a sus papás, sus suegros y sus amigos y dijo que ahora África se volvió otro de sus destinos favoritos. "Estar en plena naturaleza perdido en medio de la nada y rodeado de animales es impagable. Me traje más de lo que dejé y eso es espectacular; fue la mejor experiencia de mi vida" dijo Eduardo y contó que el grupo con el que hizo la misión se llama Smile Fundation. Se trata de una ONG creada por otro odontólogo hace unos 10 años.

Comentó que en otras ocasiones hizo actividades solidarias, pero resaltó que nada se compara con lo que vivió en Zimbabue. "Los chicos de ese país tienen la opción de que una vez al año les saquen un diente. Hay veces que pasan un año con dolor, porque no tienen acceso. Cuando llegamos al campamento, llegaban los colectivos llenos de gente de todas las edades", dijo y comentó que además de volver a ese país, en agosto volverá a San Juan, pues dos de sus hijos estudian en Mendoza y quiere verlos.

Sobre cómo fue la misión, el odontólogo comentó que trabajan en condiciones "extremas". Dijo que viajaban de poblado en poblado y que en todos estos lugares atienden en sillas plásticas y en el medio de la nada.

"En 10 días atendimos a más de 2.500 personas. La atención es totalmente gratuita y desde España llevamos todos los insumos. Sumado a eso, hay que pagarles a dos odontólogos de Sudáfrica para que nos acompañen y nos controlen. Es lo único que pone el gobierno de allá, pero los pagamos nosotros. Es muy loco lo que se vive", explicó y dijo que muchos niños llegan con 5 ó 6 años a ser atendidos sin la compañía de sus padres, porque están trabajando, y los suben a los micros para que aprovechen la oportunidad de ser revisados por profesionales. "Los ves que son tan pequeños y hacen la fila solos y a veces hasta llorando de miedo, y eso te mata. Cuando llevas varios días allá todo te toca el corazón. Ellos son extremadamente pobres y todos tienen las mismas condiciones, entonces son felices con lo poco que tienen. Enfrentan la pobreza con alegría, bailando y riendo", agregó y contó que en la misión que hicieron llevaron donaciones se cepillos de dientes, camisetas de pádel y hasta equipos completos que donó el Atlético Madrid para niños y adultos.

"Uno vive un millón de sensaciones. Me fui con una valija con zapatillas y ropa y casi todo lo regalé. Los niños están descalzos todo el día y ellos agradecen hasta que les regalemos botellas plásticas vacías, porque eso lo usan después para poder llevar agua a sus casas. Esa realidad me hizo volver a tener los pies en la tierra y valorar todo", resaltó.

Anécdotas. Eduardo comentó que entre las anécdotas que más le gustan están relacionadas a los elefantes que les tomaban el agua de la pileta y que en todo Zimbabue vio un solo niño con camiseta de fútbol y era de Argentina.

Además de la ayuda humanitaria, Eduardo comentó que hicieron algunos recorridos turísticos para conocer el lugar. "Estuvimos en unos hoteles, que en realidad son carpas protegidas con alambres electrificados para que los animales no se acerquen. Hay zonas en las que los elefantes hasta se toman el agua de la pileta", dijo entre risas y confesó que las primeras noches no pudo dormir porque sentía todo tipo de ruido de los animales que rodean el campamento.

Sumado a esta experiencia dijo que disfrutaron de algunos zafaris y hasta pudieron tener de cerca a animales salvajes que antes sólo había visto tras algunas rejas. "Es una experiencia única por donde se la mire, por eso quiero volver. Sobre todo, por el placer que sentí al ver la cara de la gente que atendimos. Hay personas que creían que no iban a ver más y después de que los oftalmólogos los atendieran volvieron a ver y esa expresión es impagable", concluyó.