La campaña electoral llega a su fin con una asombrosa falta de propuestas, sin debate de ideas y un elevado nivel de agresión. El fragor de las confrontaciones buscó afirmarse a expensas de la riqueza conceptual. Es lo que sucedió a nivel nacional y también provincial.
En la semana próxima el escenario político de la Argentina será otro, con ganadores y perdedores que comenzarán a diseñar el nuevo mapa del poder. El Congreso será la caja de resonancia de la elección, donde el oficialismo, si los comicios convalidan las proyecciones de la mayoría de las encuestas, perderá la hegemonía, y por lo tanto deberá dialogar y buscar consensos. Será una prueba para la política, demasiado acostumbrada a los gritos, a la imposición del capricho y a que haya un ganador por demolición.
Desde ambos sectores, oficialismo y oposición, se hizo un aporte para el descrédito de la palabra como herramienta de diálogo y reflexión. Por su parte, el oficialismo se decidió a vencer en las urnas al precio que fuere, ahondando la disociación entre el ejercicio del poder y el apego a la justicia. Las candidaturas testimoniales son un claro ejemplo de esto. A ello se deben sumar las dificultades que encuentran los sectores mayoritarios de la oposición para aunar esfuerzos en una convergencia programática que ponga fin a su estéril fragmentación y a la desconfianza lamentable que inspira sus múltiples enconos, algunos expresados con mutantes y perjudiciales mezquindades escondidas en aparentes gestos de grandeza.
Un proyecto serio de país no es exclusivamente un diseño o modelo de poder. Es muy posible que las próximas elecciones contribuyan a acotar la suficiencia de quienes han reducido el ejercicio de la democracia a la instrumentación arbitraria de las instituciones de la República. Pero a ese primer paso deberá seguirle una inteligente y sólida desarticulación, por parte de la oposición, tanto dentro como fuera del Parlamento, entre la coyuntura y el mediano y largo plazo. Si el Estado no llega a ser reconstruido, el país seguirá estando más cerca de un conglomerado que de una nación consistente.
Es hora de advertir que la apatía colectiva ante el discurso político no fue revertida, pareciendo que el porvenir quedara en el pasado. La campaña concluye después de un proceso raquítico de ideas, tal vez el más pobre desde la vuelta de la democracia.
Mientras tanto, la dirigencia política no se resiste a dejar de mirar para atrás en lugar de soñar, imaginar, discutir y confrontar proyectos que dibujen el perfil de la Argentina del futuro, no el que el destino nos depara sino el que el presente está reclamando.
