"Entonces fui al encuentro de mi guitarra y la entoné... A mi lado, la imagen inasible de Hugo puso la segunda voz...''

Hace unos días, me detuvo muy cordialmente una señora en la Peatonal y me preguntó a qué canción mía corresponden unos versos que ella recordaba desde hace muchos años y que nunca más pudo escuchar, y me recitó: "Tristeza de mi partida; silencio de lo indecible. Busco en tu boca la herida donde las tardes se rinden; y tú, muchacha sombría, te mueres viendo morirme''. Me pidió si le podía pasar la canción completa porque la había olvidado.


Realmente, me emocionó, porque se refería a una vieja zamba, quizás una de las primeras que compuse siendo adolescente (su título: Mi muchacha), que usábamos como presentación del programa que durante varios meses realizamos en la antigua Radio Colón (aquella que fue considerada una de las más importantes del país), con glosas de Don Eduardo Guido Chialella y luego mías; ilustre emisora del Quito Bustelo, de Oscar Donaire en los radioteatros y la consola; de la Pandilla del Tío Melchor, de Alberto Vallejos; de Don José L. Rocha en la magia de la labor técnica, del enorme Lucho Román y muchos otros que no nombraré por ser tantos y porque puedo incurrir en algún injusto olvido de esos prohombres de la radio. 


Con la guitarra maravillosa de Manuel Godoy y nuestros humildes instrumentos de los primeros tiempos, con público presente en el Estudio del sótano de aquella radio de calle Mendoza frente al Café Do Brasil, arrancábamos el programa con el estribillo de la zamba: "Noches de luna cuyana, juntos, muchacha, vivimos. Quiero volver a tus tardes, las tardes de nuestro idilio y en la quietud de una zamba vivir tu ocaso y el mío''. 


Cuando esta gentil señora me hizo el pedido, traté de memorizar la letra de la canción, pero fue inútil; entonces pensé que, dado el tiempo y porque no cantamos más ese tema desde entonces, no lo encontraría; pero no fue así, tenía una versión publicada por la famosa Editorial Tempo, en un papel amarillento y quebradizo como lo fueron en ese momento mis nostalgias. Entonces fui al encuentro de mi guitarra y la entoné. A mi lado, la imagen inasible de Hugo puso la segunda voz. La emoción de mi padre joven desparramada en el brillo de su mirada de padre que admiraba la música de sus hijos o llorisqueaba algo con ella, inundó la habitación, y la muda guitarra de Daniel Godoy, buena gente que abandonó tan pronto este mundo donde él fue músico fundamental, sonó a campanadas de lluvia lagrimeando en tejados del alma. La vieja y adolescente zamba Mi muchacha se encargó dulcemente de mis emociones, deslizándose como piel de infante entre los acordes renovados. La esencial Radio Colón se me vino a modo de catedral que agitaba sueños derogados en la magia insobornable e invencible de la música, que puede dar la vuelta al mundo para servir al amor y la sensibilidad. Entonces, con esa emoción e incertidumbre como la que puede significar tratar de recuperar días perdidos, resucitar pájaros muertos, me dije que volvería a cantar esa zamba.