La ganadería es una actividad pecuaria a largo plazo y exigente, porque requiere una producción eficiente para abastecer tanto el consumo interno como las ventas al exterior donde la demanda de carnes se ha duplicado desde 2000 a la fecha. El año pasado la Argentina logró la mayor faena en nueve años, gracias al empuje de las exportaciones, y con gran esfuerzo recuperó mercados tradicionales perdidos en la última década por las trabas al comercio internacional.


El 77% de las importaciones de carnes vacuna del mercado global se asienta en la compra de Estados Unidos, Canadá, México, China, Corea del Sur, Japón, Rusia, la Unión Europea y Egipto. Pero para la Argentina, China es el cliente anhelado porque es el segundo importador del mundo, con ocho millones de toneladas y un consumo promedio de cinco kilos por habitante anuales. El gigante asiático tiene cada vez más demanda y ha sumado a nuestro país como proveedor junto a Brasil y Uruguay.


El panorama externo es promisorio debido a la reciente apertura del mercado de Estados Unidos, el mayor consumidor de carne del mundo, pero también con altísimas exigencias para ingresar. La calidad de las carnes argentinas ha sido elogiada, aunque requieren negociaciones muy precisas para ser proveedor permanente.


En este contexto es importante alcanzar nuevos acuerdos para evitar la dependencia de compradores que si bien son muy poderosos, caso de China o Rusia en estos momentos, también puede ocurrir que decidan unilateralmente cerrar el mercado, como ocurrió con la soja estadounidense. Se debe tener en cuenta que las variables del comercio internacional, además de la macroeconomía, están sujetas a los vaivenes de la política. El crecimiento exportador de la carne argentina en un 91% se debe a la compra de estas dos naciones.


La actividad agropecuaria nacional prácticamente es la única que no sufre la recesión y el achicamiento de otras producciones gracias a la apertura de las exportaciones. Ha superado la caída del consumo interno, que históricamente superaba los 80 kilogramos por año por habitante, hasta el descenso actual de 50 kilos per cápita. En 2018 los frigoríficos fueron casi la excepción a la regla que afectó a la mayoría de las empresas argentinas con caída de facturación y de rentabilidad.


Pero el sector debe estar en alerta por el largo proceso de la crianza, el destino de grandes extensiones de terrenos destinados al ganado que han pasado al cultivo de granos, y prever los imponderables del cambio climático.