La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), dio a conocer el último relevamiento anual del precio internacional de los alimentos, que siguió en baja por quinto año consecutivo hasta 2016. La tecnificación del agro para lograr cosechas abundantes alcanzó mayor producción a pesar de las catástrofes climáticas o los bruscos cambios de los ciclos ambientales. 


Esta tendencia se refleja en los mercados con mayor oferta a la demanda, lo que debería alejar la preocupación para atender el crecimiento demográfico con precios bajos. Por ejemplo, en 2016 las grandes cosechas y las buenas perspectivas de los cereales básicos compensaron la presión alcista sobre el índice FAO de productos tropicales como el azúcar, cuya producción sufrió el impacto de El Niño. 


Los precios de los cereales, estable desde septiembre, subieron 0,5% en diciembre al fortalecerse los valores del arroz y el maíz, mientras que las previsiones de una mayor producción en Australia, Canadá y la Federación Rusa hicieron descender los precios del trigo. Por su parte el índice de precios de la carne disminuyó 1,1% desde de noviembre y su valor medio en 2016 fue 7% inferior al de 2015 debido principalmente a las caídas de los precios de la carne vacuna y de aves de corral. 


Estas cifras indican que el mundo produce lo suficiente para alimentar a toda la población de 7.000 millones de personas. Sin embargo, uno de cada ocho habitantes del planeta sufre de hambre crónica y en algunos países, uno de cada tres niños tiene desnutrición con secuelas irreversibles. Existen muchas razones de esta incongruencia, pero el hambre es sinónimo de pobreza, incluso en nuestro país. 


También los conflictos armados interrumpen de manera constante la producción de alimentos y lleva a millones de personas a huir de sus hogares, generando severas crisis en la seguridad alimentaria. Estos desplazamientos, caso del conflicto sirio, encuentra a los refugiados sin los medios para mantenerse por sí mismos. 


La inequidad es más cruel, porque también crece el desperdicio de alimentos: un tercio, 1,3 mil millones de toneladas de comida, se tira a la basura.