En Virginia, Estados Unidos, hay un cementerio de autos clásicos que acaban de ser rescatados de la muerte lenta y silenciosa que les deparaba. La protagonista de la historia es Rachel, que tiene 24 años y está embarazada, y sus héroes Cole y Tim Quentin, una dupla de restauradores de autos, también padre e hijo.

En la historia que se difundió a través del canal de YouTube de Jerry Heasley, periodista especializado en autos, Rachel cuenta que los autos eran de sus padres, y cuando murieron ella los heredó. Su papá era fanático de los fierros y forjó una colección que cuidó, usó, y con la que trabajó casi a diario durante gran parte de su existencia. Fue en sus últimos años de vida que las cosas se complicaron y los autos terminaron en estado práctico de abandono, aunque en teoría nunca abandonaron la mente del hombre.

Rachel dice que la voz de su padre en su cabeza es fuerte y constante. “Son míos. Son mis autos. No los dejes ir. No tenés idea de lo que tenés”, le decía el hombre hacia el final de sus días, refiriéndose a los autos como a un tesoro del que su hija no estaba enterada. Así y todo, pensó en venderlos, aunque cuando averiguó los números ofrecidos no eran muy satisfactorios.

Después de días de ver y analizar opciones, aunque todavía desorientada sobre lo que quería hacer con la colección de autos que había heredado, el destino llevó a Rachel a Quintin Motor Company, la sede de Tim y Cole Quintin, una dupla de padre e hijo dedicada a la restauración de autos. Fue después de ver el trabajo de los dos hombres que ella supo que el problema que le venía sacando el sueño quizá podría tener una respuesta.

“Los vi y dije: 'Sí, van a ser ellos. Tienen que ser ellos'", relata Rachel. “Ese mismo día Tim y Cole se ofrecieron a venir a ver los autos. Y estoy muy agradecida de que lo hayan hecho”.

Para Tim y Cole, no hubo mucho que pensar al respecto. Sobre todo cuando se percataron de que en la colección de los padres de Rachel habían Cuda. Entusiasmados por el nuevo desafío que la vida les traía inspeccionaron el lote, pero todavía había que resolver una parte importante de la logística: cómo sacar a todos los autos de ahí. Con árboles y malezas de por medio, no era una preocupación menor. Algunos autos estaban clavados en la tierra.

Entre la colección forzosamente abandonada hay más de un Cuda. El primero con el que Tim y Cole se toparon fue un Plymouth Cuda 340 de 1972 triple negro; tiene pintura negra original y una parte superior de vinilo negro, y su interior también es negro. Rachel recuerda que era uno de los favoritos de su padre. “Cuando lo encendía toda la casa se sacudía. Era un auto que se hacía escuchar y papá lo cuidaba mucho”.

Esta joya tiene un motor V8 de 3,4 litros y aparentemente, fue modificado por su ex-dueño para carreras de resistencia. Sin embargo, el análisis del equipo restauración indica que en algún momento de su vida estacionado hubo un problema con el carburador.

El segundo Cuda hallado en un estado levemente mejor que el primero es de 1973. También es negro y cuenta con un motor V8 de 3,4 litros, y tiene una transmisión manual asociada a cuatro velocidades.

Entre los otros vehículos que Cole y Tim encontraron hay un raro Chevrolet Bel Air de 1961 que tiene techo de “burbuja” y una transmisión manual de cuatro velocidades y, al parecer, va a sobrevivir para contar nuevas historias. De la misma marca también hay dos Camaro Z28 blancos, uno de la década de 1970 y otro de mediados de la década de 1990. Mientras que uno de ellos quizá llegue a la instancia de restauración, el otro no tiene el potencial para hacerlo. “Que los Chevy Boys me perdonen, pero este ya murió”, dice con humor Tim.

Entre los árboles también hay un Ford Mustang, digno de fanáticos, con un motor V6 y fecha de 2001. Este sí va a ser restaurado.

Dodge también es uno de los componentes fuertes de esta colección. Marcan presencia un Dodge Dart de 1964 con un motor V8 de 2,7 litros; junto con un Dodge Dakota más nuevo, de finales de la década de 1990.

El largometraje termina con uno de los Cuda y el Bel Air recibiendo su primer lavado a presión. Este acto marca el inicio de una historia para Tim y Cole, y el final de una para Rachel. “La voz de mi papá sigue presente. Pero el no está acá ahora, y sabe que yo no puedo arreglar sus autos. Así que creo que estaría bastante contento con la decisión que tomé”, concluye la mujer.

Fuente: La Nación