Un hombre en estado vegetativo. Una familia que no puede ponerse de acuerdo sobre su destino. Y una batalla legal de 11 años que, ahora, podría llegar a su fin.

La historia del francés Vincent Lambert es digna de una película. Su caso se convirtió en su país en un modelo del debate sobre la eutanasia. Enfermero de profesión, hoy de 42 años, un traumatismo craneoencefálico consecuencia de un accidente de tránsito que sufrió en 2008 lo dejó tetrapléjico y absolutamente dependiente. En 2011, los médicos descartaron toda posibilidad de mejora y en 2014 su estado fue calificado de vegetativo. Desde entonces, su familia está dividida, al igual que la opinión pública en Francia. Los padres, la hermana y un hermanastro son partidarios de mantenerlo con vida de modo artificial, a lo que se oponen su esposa, cinco hermanos y hermanas y un sobrino.

Después de idas y vueltas en distintas instancias judiciales, ahora el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) rechazó aplicar las medidas provisionales solicitadas por los padres de Vincent, quienes piden evitar que los médicos suspendan el tratamiento que lo mantiene con vida postrado en una cama.

Rachel Lambert, la esposa del Vincent.

Los padres acudieron a la corte europea el pasado 23 de abril, un día antes de que el Consejo de Estado, la máxima instancia de la justicia administrativa de Francia, validara parar la alimentación e hidratación artificiales de Lambert y le prohibiera abandonar el territorio francés.

El Consejo de Estado ya había autorizado en 2014 cesar la alimentación e hidratación artificiales de Lambert y con su decisión el TEDH se reafirmó en su sentencia de 2015, en la que concluyó que ejecutar esa decisión no vulneraba el Convenio Europeo de Derechos Humanos.

Ese veredicto avaló la postura de Rachel, la esposa de Lambert, y de los médicos que lo atendían en el Hospital Universitario de Reims, partidarios de que el enfermo fuera desconectado de los aparatos que le mantienen con vida. El reclamo de los padres para que no se lo dejara salir del país es porque temen que su esposa se lo lleve a Bélgica, donde la eutanasia está regulada.

En esta larga batalla familiar y judicial, los padres, de profundas creencias religiosas, siempre defendieron el derecho a la vida de su hijo y consideraron que desconectarlo supondría un trato inhumano o degradante, por lo que en los últimos años han agotado todos los recursos judiciales posibles.