Noviembre de 1995. El cura sanador llegaba por primera vez a San Juan. No había celulares ni internet. Mucho menos redes sociales. La noticia era dada a conocer por los medios e inmediatamente se transmitía de boca en boca. Enterados de los ‘milagros’ que se reiteraban en cada lugar que pisaba, los sanjuaninos se llenaron de esperanza con su visita.

Por eso, más de 10 mil personas esperaron al padre Darío Betancourt bajo una lluvia torrencial en el predio municipal de Caucete. Nada importaba. Movidos por la fe, todos querían ser testigos de una jornada de sanación.

Hubo rezos, cantos, alabanzas. Gente con parálisis, problemas motrices, hemipléjicos y personas recostadas sobre camillas se entregaron a la esperanza de la sanación. Hasta que finalmente llegó el ansiado momento de la bendición de los enfermos. Efusivo como siempre, en medio de la misa el padre Darío dijo “ahora buen Espíritu Santo, buen Jesucristo, permite que quienes estén en sillas de ruedas se levanten y caminen”. Cuatro personas se pusieron de pie, para sorpresa de todos. Uno de ellos fue Jorge Huaquinchay, que en ese momento tenía 17 años de edad.

 

El joven, oriundo de 25 de Mayo, llegó acompañado por sus padres. Su duro diagnóstico de parálisis cerebral le había impedido caminar desde el nacimiento, complicando su infancia y adolescencia. José Luis Rahmé, su médico de toda la vida también llegó con él. 

“Yo estaba en silla de ruedas, prácticamente inmóvil. Cuándo el padre habló sentí algo que no había sentido nunca en mis piernas, como un calor inmenso, sin palabras para especificarlo. Ahí me sostuve de la silla, me levanté y salí caminando entre medio del público. Al verme, la gente me empezó a dar paso. No sé cuántos metros caminé y caí boca abajo. Me di vuelta y tenía mucha gente mirando, principalmente a él que me dijo ‘fuerza, petiso’. Con ayuda de la gente me pude levantar y ya quedé parado”, dijo Jorge a DIARIO DE CUYO 24 años después del milagro.

“Despacio muchacho que hace mucho no caminas”, le dijo Betancourt a Jorge cuando se desplomó. 

Sin dudarlo ni un instante, el hombre atribuye su sanación a la fe. “Era lo principal que yo tenía, la esperanza de poder salir del pozo en el que estaba. Al ver de la manera en que Betancourt predicaba me fue enamorando más de Jesucristo”, sostuvo.

Al día siguiente del milagro, Rahmé dijo: "Cuando lo vi por primera vez, el chico vino con diagnóstico de parálisis cerebral. Yo siempre lo atendí por transtornos de otra naturaleza, como problemas respiratorios o digestivos, nunca lo traté neurológicicamente. Pero sí puedo asegurar que nunca caminó por sus propios medios".  Huaquinchay nació con 7 meses de gestación. A los 13 años, le practicaron una cirugía para enderezarle las piernas, que tenía dobladas.

La casa de Jorge es un testimonio vivo de fe. De su cuello cuelga un Rosario, sobre la mesa hay una foto de la Virgen. Estampitas y crucifijos esparcidos por doquier. Desde ese día, la familia Huaquinchay reafirmó cada una de sus creencias.

Su padre, pilar fundamental en la vida de Jorge, recuerda cómo vivió el momento del milagro. “Fue una emoción muy grande. Yo lo llevaba en la silla de ruedas. Cuando el padre empezó a llamar a toda la gente discapacitada… y él no se paraba. Pero cuando quise acordar, se levantó sólo de la silla y salió caminando. Lo traje  -al barrio- y paseaba a la par de él”, recordó Onorio.  

La reacción de la mamá de Jorge, fallecida desde hace algunos años, no fue menor. “Ella lloraba y lloraba. No sé cuántos pañuelos mojó en ese momento. Yo le decía que se quedara tranquila, que todo estaba bien”, contó.

Con un carisma único que cala hondo en el corazón de la gente, a Betancourt no le gusta nada que lo llamen ‘sanador’. “Yo no sano, son los fieles que creen en el poder de la oración. Yo no he quitado siquiera un dolor de muelas a nadie”, reitera una y otra vez. Sin embargo, cada presentación suya alrededor del mundo mueve multitudes. Con casi 80 años, el sacerdote colombiano sigue predicando la palabra de Dios y los testimonios de fe se repiten en todas partes. En 25 de Mayo, un ejemplo vivo de eso.