Reconoció que hubo un momento, apenas un instante, que fue inesperado. Cuando le estaban leyendo los posibles efectos secundarios y escuchó ‘shock anafiláctico’, por dentro se dijo ‘guau’, ya que no lo esperaba. Anteayer domingo, la sanjuanina Sandra Spollansky, uno de los 4.500 argentinos que fueron seleccionados como voluntarios para la fase 3 de la  prueba de la vacuna contra el coronavirus que elaboran las compañías Pfizer (Estados Unidos) y BioNTech (Alemania) se encontraba con un dato que, reconoció, la tomó por sorpresa.

La médica radicada en Buenos Aires agregó que ese efecto, una reacción alérgica aguda y potencialmente mortal, se podría producir en los primeros 30 minutos posteriores a que se le aplicara la dosis, por lo que debía quedarse al menos ese lapso de tiempo en el Hospital Militar, donde se desarrolla el estudio. Pero no sólo que no pasó por esa experiencia, sino que todo el tiempo que estuvo, tampoco vio a otro voluntario sufrir alguna clase de descompensación.

Si en algún momento se convierte en un caso positivo de coronavirus,  Sandra deberá informar inmediatamente a la investigación, aunque no debe esperar ninguna clase de asistencia.

Más allá de esa anécdota a Sandra lo que le llamó la atención fue la organización. “Todo estaba muy bien planificado. Me avisaron que hora me pasaba a buscar un remis que me llevó hasta el hospital y estuve siempre con una guía en cada fase. Al principio me dieron una credencial con el número que me identifica para el estudio y la primera fase fue una entrevista con un médico, que explica en que consiste el estudio. Te pueden colocar la vacuna o un placebo y a esa información no la sabe nadie más que la persona que te aplique la dosis”, describió la sanjuanina.

Luego de ser informada, Sandra fue estudiada: entrevista, análisis de sangre, “hasta de embarazo”, soltó con una sonrisa. Este último es el único de los estudios que le dijeron el resultado. Luego fue al hisopado, para determinar si está infectada de coronavirus, pero tampoco le dijeron si es o no es un caso positivo. “Todos los análisis van a Nueva York, con el número que me identifica”, relató.

Finalmente, el momento de aplicarse la vacuna. “Ya están listas, con el número correspondiente. Te la aplican en el brazo y la jeringa es opaca, por lo que no podes ver consistencia o el color de la sustancia que te están inyectando”, repasó la médica que realiza ecografías en distintas clínicas del AMBA.

Y en esos 30 minutos posteriores no hubo nada que se acercara a shock anafiláctico, por lo que regresó a casa. “Hoy me duele un poco en la zona donde aplicaron la vacuna, pero es de esperar una reacción así”, contó la mujer que una vez por semana deberá describir sus sensaciones en una aplicación que tiene instalada en su teléfono y que nunca pensó que ser voluntaria podría significar poner en riesgo su salud. Tendrá que regresar en 21 días para que le apliquen una segunda dosis y luego al mes, a los 6 meses, al año y a los dos años para que en cada ocasión le hagan un nuevo análisis de sangre.

“También explicaron que en cualquier momento tanto el voluntario como el laboratorio puede decidir dar por finalizado el estudio”, acotó Sandra. Haberse presentado como voluntaria significó para la sanjuanina haber contribuido con su granito de arena a la ciencia. “Eso y un termómetro que me venía en un kit con alcohol, barbijo y otros elementos que te dan al ingresar al hospital que debes utilizar todo el tiempo”, bromeó para graficar que en Argentina está prohibida la remuneración económica a quienes se presenten como voluntarios para estos estudios.

Si Sandra recibió la vacuna o un placebo es un secreto que se mantendrá por un tiempo que no quedó definido. Incluso si antes que se comercialice la vacuna, ingresa al mercado la de otro laboratorio, la sanjuanina señaló que no le aseguaron si en ese momento le informarán si está o no protegida.