Jesús dijo a sus discípulos: "Estén preparados, ceñidos y con las lámparas encendidas. Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta. ¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlos. ¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así! Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada'' (Lc 12,35-40).


La vigilancia recomendada por Jesús se refiere a toda la persona humana: espíritu, alma y cuerpo (cf. 1 Tes 5,23) y compromete todas las esferas relacionales de la persona: la relación consigo mismo, con las cosas, con los demás y con Dios. Los Padres del desierto hacen eco a las exhortaciones del Nuevo Testamento: "No tenemos necesidad de más, sino de un espíritu vigilante'', dice el monje egipcio del siglo IV, Abba Poemen. Y san Basilio, el gran padre de la Iglesia, contemporáneo de san Ambrosio, termina sus "Reglas morales'' preguntándose: "¿Qué cosa es lo propio del cristiano? Velar cada día y cada hora, y estar listos a cumplir perfectamente lo que agrada a Dios, sabiendo que a la hora que menos se piensa llegará el Señor''. En una homilía afirma: "No bastaría el día entero si comenzara a exponer todas las implicaciones de este mandato: Está atento a ti mismo, sé vigilante''.


Vigilar no es una actitud marginal de la vida cristiana, sino que resume la tensión característica hacia el futuro de Dios, uniéndola con la atención y el cuidado del momento presente. Vigilar significa valorar el tiempo. La expresión "no tengo tiempo'' la decimos y la escuchamos tan a menudo que nos parece como una condensación de la experiencia común. Tenemos una aguda percepción de la desproporción entre el tiempo que tenemos y las oportunidades cada vez más numerosas a nuestra disposición, y al mismo tiempo, los múltiples desalientos, urgencias y expectativas que nos acosan. Es el tiempo con su inexorable correr, en su mudo lenguaje de finitud, en su implacable caminar hacia el fin, el cual genera angustia y necesidad de fuga. Por eso hoy se busca ostentar nuestro dominio sobre el tiempo o rehuir por todos los medios posibles de su dominio sobre nosotros. Velar es la capacidad de volver a tomar el tiempo necesario para tener cuidado de la calidad no puramente clínica y comercial de la vida. Mientras esperamos la llegada del Señor cuidemos que cada fragmento de tiempo sea custodiado y vigilado con la fidelidad del amor.


A la vigilancia se oponen la "desesperación'' de quien no confía más nada en el futuro, y la "acedia'' que es el sueño espiritual de quien ya no hace nada para esperar. Etimológicamente "acedia'' deriva del latín "acer, acris, acetum'', con los sentidos de tristeza, amargura, acidez; y en griego el equivalente es "a-kedeia'', significando descuido, negligencia, indiferencia, pesar. La acedia puede describirse como el avinagramiento de la dulzura de la caridad o el entibiamiento de la vida interior. Estos dos defectos: la queja desesperanzada y el enfriamiento espiritual, conducen a tener una vida gris, insípida, mediocre, casi apagada. El evangelio de hoy es propicio para realizar un delicado examen de conciencia que busque verificar si estamos despiertos; con el corazón lleno de proyectos, esperanzas y creatividad, por más oscuridad que se encuentre en el presente. Es que la resignación no es cristiana, pero la esperanza sí. Siguiendo una expresión paradójica del escritor estadounidense Julien Green (1900-1998), podríamos decir que "cuando se es inquieto en la vida, entonces se puede estar tranquilos''. Nuestra vigilancia no es aquella fría y resignada del profeta del crepúsculo, sino la espera activa del centinela de la mañana. Jesús no dijo: "Tiemblen que estoy llegando'', sino "trabajen mientras vuelvo''. El tiempo es demasiado lento para quien espera; demasiado rápido para quien tiene miedo; demasiado largo para quien sufre; demasiado breve para quien vive la alegría. Pero para quien ama no hay tiempo. El cristiano es lo contrario de quien no espera nada en la vida. Su vida entera debe estar imbuida de activa esperanza. El poeta francés Charles Péguy (1873-1914), pone en la boca de Dios Padre estas palabras: "Es la esperanza lo que me conmueve. No me conmueve tanto que crean, porque creer es de casi todos; pero esperar, eso es de hijos''. Terminamos esta reflexión con los versos de Antonio Machado: "Yo amo a Jesús que nos dijo cielo y tierra pasarán. Cuando cielo y tierra pasen mi palabra quedará ¿Cuál fue Jesús tu palabra?¿Amor, perdón, caridad? Todas tus palabras fueron una palabra: Velad''.

Por el Pbro. Dr. José Manuel Fernández