Romina no aguantó más. Tenía 26 años y llevaba más de dos décadas soportando los abusos de su papá, Alejandro Rosario Manuel Leguizamón, un empresario de Castelar dueño de una fábrica de membranas. Cuando lo contó en su casa, tres de sus hermanas también revelaron sus calvarios: habían pasado por lo mismo. Se animaron a denunciarlo el 16 de abril de 2016 y este jueves, cinco años después, escucharán el veredicto.

La audiencia comenzará a las 12 en el Tribunal Oral en lo Criminal N° 1 de Morón, integrado por los jueces Mariana Maldonado, Claudio Chaminade y Juan Carlos Uboldi. La investigación estuvo a cargo de la fiscal Marcela D'Ascencao, de la Unidad Funcional de Investigación y Juicio (UFIJ) N° 11, especializada en violencia familiar y de género. El fiscal de juicio, Pablo Masferrer, requirió una pena de 50 años de cárcel.

"Me costó mucho tiempo tomar la decisión de denunciarlo, me decidí tras hablar con mis hermanas", dijo Romina, hoy de 32 años y trabajadora de la salud. Fue violada sistemáticamente por su padre desde que iba al jardín de infantes, cuando tenía 4 o 5 años. También atravesaron la misma situación tres hermanas: Soledad (30), Carolina (29) y Evangelina (27).

Leguizamón (55) vivía en su casa de Castelar Sur con su esposa y sus 11 hijos. "Lo mío con vos no es abuso, es incesto. Yo estoy enamorado de vos y juntos tenemos que hablar con tu mamá para que haga una terapia y lo acepte", le escribió en una carta a Romina. La firmó, escribió su número de DNI, le puso la fecha y agregó: "Si querés denunciame". Pero días después le quitó el papel y lo hizo pedazos.

La joven trabajaba con él en la fábrica, ubicada en la zona norte del Gran Buenos Aires. Allí también la violó. Y cuando regresaban juntos, en auto, pasaba por hoteles alojamiento para proseguir con los abusos.

"No digas nada, si vos hablás me pego un tiro y le va a pasar algo a mamá", le advertía. Romina narró parte de las aberrantes situaciones que atravesó. "Camino a mi casa me quiso obligar a entrar a un hotel, me quise tirar del auto y eso hizo que se arrepintiera. Se puso a llorar, me pidió disculpas", afirmó al medio Primer Plano.

En la casa, los abusos eran cometidos cuando las chicas estaban solas o cuando su esposa, hoy de 56 años, se iba. "Ella también fue víctima de violencia, no se esperaba estas cosas, la pasó mal. La mandaba a hacer compras, que tardara dos o tres horas, que fuera y volviera caminando, y cuando salía para cuidar a mi abuela, que era discapacitada", dice a Clarín Evangelina.

El hombre golpeaba a su esposa "por no cocinarle lo que quería". En una oportunidad la obligó a desnudarse, apuntándole con un arma, y la obligó a salir así a la vereda. "A ver cómo cogen adelante mío", la desafió junto al padrino de una de sus hijas, al sospechar que mantenían una relación.

Leguizamón "no dejaba que sus hijas tuvieran novio, debían esconderse de él todo el tiempo". No las dejaba salir de la casa y "tenían que turnarse para rascarlo en el cuerpo y los genitales". Les ordenaba: "Que venga a rascarme una de las chinitas".

Si se negaban, "les pegaba con un cinto o con un fierro enrollado con cinta aisladora de color azul", indicaron las fuentes a Clarín. O también amenazaba con violar "a la más chica" de sus hijas.Además, uno de los hermanos, también abusado pero que decidió no promover la investigación ya que decidió "perdonarlo" al ingresar al culto evangelista, relató que el empresario "quería ver sangre y les tiraba con un cuchillo para que se pelearan entre ellos".

Su insólita versión

En el juicio, que empezó el 6 de septiembre, el acusado negó todo y denunció "un plan" orquestado por su familia para quedarse con su fábrica de membranas, que sigue a su nombre. Por eso, su abogada defensora pidió que lo absuelvan.

Para apuntalar a las acusaciones fueron claves dos testimonios. El de uno de sus socios en la empresa, a quien tras un allanamiento le dijo: "Esto es porque estoy enamorado de mi hija". Y de una vecina del negocio, a quien Romina le contó, llorando, que era abusada por su padre. Cuando fue a increparlo, Leguizamón se defendió diciendo que lo de ellos era "una relación sentimental".

El empresario estuvo tres años prófugo. Cayó en 2019, tras haberse refugiado con una identidad falsa en una casa que había alquilado en Rafael Castillo (La Matanza). Le secuestraron un revólver 38 largo marca Destroyer, así que también lo imputaron por "tenencia ilegal de arma de guerra".

Antes de que lo detuvieran, seguía hostigando a sus hijas, sobre todo a Romina. "Estoy en la esquina de tu casa", le escribía a su teléfono. "Te voy a matar a vos y a tu marido", advertía. Evangelina también. "¿Cómo estás vestida?", "Ya sé que tomaste el colectivo de 7 y 20", le decía mientras se dirigía a su trabajo en la línea de trenes Sarmiento.

Al empresario, detenido en la Unidad 39 de Ituzaingó, lo acusan de abuso sexual con acceso carnal reiterados (9 hechos), abuso sexual gravemente ultrajante para la víctima reiterados (3 hechos) agravados por haber sido cometidos por su ascendiente y por la situación de convivencia preexistente, como también por corrupción de menores (4 hechos).

"Espero que la sentencia sea lo que corresponde, que sea ejemplar", pide Evangelina. Lo mismo que sus hermanas, con quienes planearon cambiarse el apellido pero finalmente desistieron por la burocracia del trámite y por un consejo familiar: "El abuelo no tiene la culpa".