Duraznos conservados en aguardiente, uvas moscatel, arrollado de chancho, higos en almíbar y su verdadera perdición: ensalada de pepinos. Estos fueron algunos de los manjares predilectos de Domingo Faustino Sarmiento. La mayoría eran elaborados en su casa materna. Es por eso que cada carta enviada por sus hermanas, a cualquier punto donde estuviera Sarmiento, incluía un paquete con esta clase de alimentos. Esto quedó en evidencia en la correspondencia personal del prócer que hoy está guardada en el Archivo del Museo Histórico Sarmiento, en Buenos Aires, y al que DIARIO DE CUYO tuvo acceso.
En cada carta que escribió Sarmiento, sobre todo a su hermana Bienvenida, dejó bien sentado su placer por la comida. El 10 de diciembre de 1864, desde Lima, Perú, le escribió: "Mañana voy a Chorrillos -baños célebres de mar-, almorzaré en una casa, comeré en otra y a la noche tomaré té en otra. Volviéndome en el tren de las once con una buena moza, con quien no dormiré que es lo único que le faltaría a la fiesta". Pero no comía cualquier cosa. Entre sus gustos culinarios, encabezaban los productos típicos de San Juan, sobre todo los que saboreó siendo niño y hechos por su madre.
En una carta a Bienvenida, que es con la que más se escribió, le sugirió hasta cómo armar los paquetes con productos alimenticios. "Las uvas vinieron abominablemente acomodadas. Cuando quieran mandar se acomodan los racimos sueltos en un cajón y se echa aserrín y se sacude el cajón suavemente para que el aserrín entre adentro del racimo y rodee grano por grano, sin papel. El cajón con el papel que vino, era putrefacción", le escribió el 2 de mayo de 1872, desde Buenos Aires. Para Sarmiento, recibir productos preparados por sus hermanas o sobrinas, lo hacía sentir más cerca de San Juan, según lo escribió en varias oportunidades.
Incluso en Buenos Aires se jactaba de las delicias sanjuaninas. "Grande impresión causaron aquí los rosarios de higos. Si hay buenos, mándamelos. Feos son demás", volvió a escribirle a Bienvenida en 1874. En esta carta también le pidió aceitunas remojadas o prensadas, conservas de membrillos, que se "disputaban" sus amigos. "Dile a Procesa -otra de las hermanas-, que me mande la receta de duraznos en aguardiente, que tan buenos son, para hacerlos aquí en la isla, en lugar de traerlos desde San Juan", siguió escribiendo Sarmiento. El tiempo que se instaló en la casa de Tigre, lo dedicó en su mayoría a preparar conservas.
Pero a pesar de escribir cartas cariñosas a su familia, no dejaba de ser exigente sobre todo en lo relacionado a la alimentación. Fue cuando le escribió a hermana diciéndole que le enviara membrillo y que las últimas uvas moscatel era exquisitas pero que estaban resecas. Al disfrute por comer, se le sumó el constante malestar estomacal que sentía, sobre todo cuando comía pepinos. De hecho, una de las frases más conocidas del prócer fue "me provoca más indigestión la mentira que los pepinos". Lo dijo a sus sobrinas que en una oportunidad tuvieron que decirle que en el mercado no quedaban pepinos, para evitar que Sarmiento, ya anciano, se indigestara. En algún momento incluso le pidió a sus hermanas que no le enviaran más higos en almíbar porque estaba engordando. "Te incluyo una fotografía mía que muestra el grado de gordura alcanzado, disimulando así las arrugas y el deterioro de los años", le escribió a Bienvenida cuando era presidente.
Ya radicado en Paraguay le confesó a Bienvenida que le apenaba tener tanto problema estomacal sobre todo porque en ese país los pepinos se daban como en ningún lado. Ni en sus últimos días dejó de reprender a sus hermanas a través de las cartas. "Dile a Procesa que los duraznos eran riquísimos, pero es una vergüenza que no haya visto un racimo de uva este año". Ante este requerimiento, la encomienda no tardó en llegar a Paraguay. En una de las últimas cartas escribió: "Las uvas que me mandaste son deliciosas y las he saboreado como las últimas de este año". Un mes después, el sanjuanino dejaba de respirar en una pieza pegada a un lujoso hotel.